30/10/16

La familia real


La familia real (Pálido fuego, 2015), de William Vollmann una novela negra, una historia de prostitución y cainismo en la costa oeste estadounidense de los años noventa del pasado siglo. Los dos hermanos protagonistas se mueven en los mismos ambientes, en la misma podredumbre, sólo que uno es un detective que busca a una prostituta en San Francisco y otro es un empresario que organiza espectáculos porno en Las Vegas. Y el primero está enamorado de la mujer del segundo. Una historia excesivamente estirada (más de 1000 páginas que, a ratos, no se justifican), de traumas infantiles, de desencuentros, de obsesiones, de denuncia del sórdido mundo de las mujeres esclavizadas y narrada con una gran capacidad para sugerir escenas y sensaciones, muy dura en ocasiones al describir lo más horrendo del comportamiento humano, plegada de historias que se cruzan o totalmente aisladas las unas de las otras. Con un dominio del lenguaje notable, obra llena de reflexiones sobre todas las instituciones –políticas, legales, religiosas, familiares- y sobre todo tipo de seres humanos en una red intrincada – y, a veces, pesada- que nos muestra un tejido de la sociedad moderna en donde nadie puede tirar la primera piedra porque todos tienen manchas ocultas, sin concesión a las cosas bellas de la vida.

Un libro que cuesta leer pero que permanece en el recuerdo, que impacta para bien o para mal.


28/10/16

Kindle Manga Model





Amazon ha indicado que va a comercializar un nuevo dispositivo para optimizar la lectura de cómics Manga y que, paralelamente, propondrá un nuevo firmware para sus lectores Kindle, Kindle Paperwhite, Kindle Voyage y Kindle Oasis.  El firmware permitirá mayor rapidez en el paso de páginas, no sólo una a una, sino- manteniendo el dedo sobre la pantalla- pasar hojas a una velocidad de hasta 7 páginas por segundo.

Por su parte, el Kindle Manga Model, que de momento sólo se comercializará en Japón, es un Paperwhite al que se le ha ampliado la memoria a 32 GB para dar cabida a unos 700 cómics.  

Más información, aquí.


27/10/16

The Crystal Reef





The Crystal Reef es una aplicación desarrollada por el Stanford Woods Institute for the Environment, que permite realizar un recorrido virtual por los fondos marinos y su evolución futura plagada de contaminación. Ha sido realizada por el Virtual Human Interaction Lab , bajo la dirección de Jeremy Bailenson. Han participado, también, las biólogas marinas Fiorenza Micheli y Kisty Lroeker.

Basta colocar el teléfono sobre un visor 3D.

Se trata de una experiencia inmersiva en 360º que permite al usuario caminar por el fondo del mar, entre corales, y observar los efectos de la acidificación de las aguas en ellos, mientras que una narración explica el fenómeno físico y propone interactuar con los elementos que aparecen ante nuestros ojos. 
  
Puede descargarse desde este enlace.






25/10/16

The Cremation of Sam McGee




The Cremation of Sam McGee es un juego narrativo basado en el poema del mismo título escrito por Robert Service en 1907. La narración se basa en una realizada para la radio por Johnny Cash en el 2006.

Ha sido programado en Unreal 4 Engine. Para más información y su descarga, úsese este enlace.



Un video de la obra:


El poema ha sido el motivo de numerosos otros vídeos y expresiones artísticas a lo largo de los años. Por ejemplo:






21/10/16

Transmedia Week 2016




Del 24 al 30 de este mes se celebra la Transmedia Week con diversas charlas y conferencias sobre el universo Transmedia en la narrativa.

Así, por ejemplo, el día 24 habrá sesiones sobre qué es la narrativa transmedia y la creación de contenidos en las redes sociales; el 25 abordarán la didáctica transmedia y el storytelling</> en la publicidad; el 26 se hablará sobre nuevas narrativas en la era digital; el 27 se analizarán obras concretas de literatura digital junto a un taller; el 28 se hablará de transmedia y periodismo, etc.

Para más información, puede verse el siguiente enlace.


20/10/16

Digital Storytelling in Spanish : Narrative Techniques and Approaches




Digital Storytelling in Spanish : Narrative Techniques and Approaches, es una tesis presentada en el año 2015 por Julio Alejandro Pérez en la Universidad de California, en Santa Bárbara. A lo largo de casi 200 páginas, el autor hace un repaso a la literatura digital en español analizando 12 obras que utilizan diversas técnicas narrativas, desde el simple hipertexto a complejos sistemas multimedias

Agradezco a Pérez la mención y sus comentarios sobre mi trabajo "Una contemporánea historia de Caldesa".

La tesis puede leerse en este enlace.


18/10/16

Congreso Internacional Las Edades del Libro




El Congreso Internacional Las Edades del Libro se celebrará entre los próximos 16 y 20 de octubre de 2017 en la Universidad Nacional Autónoma de México. El congreso pretende reunir a expertos en áreas relacionadas con el estudio de la cultura escrita e impresa, dentro de los siguientes apartados:


Libro manuscrito 



· Relación entre texto e imagen en los códices iluminados
· El papel del copista en la transmisión manuscrita
· Relación entre la realización material y el género discursivo

Libro impreso


· Producción y venta de libros impresos

· Colecciones y series editoriales
· La relación entre imagen y texto
· Estructura del libro impreso
· Libro de artista, libro álbum, libro ilustrado

Libro electrónico

· Creación, edición y producción de libros electrónicos
· Impacto y consecuencias de la desmaterialización del soporte
· Lectura y escritura en medios digitales


En este momento, está abierto el plazo para proponer ponencias y lo estará hasta el 1 de febrero del 2017.

Para más información, puede accederse a este enlace.

  

17/10/16

Fuente NOTO



Es habitual encontrar que una fuente con la que ha sido creado un documento o una página web no se visualiza correctamente porque en el dispositivo receptor no existe dicha fuente bien porque sea de otro idioma o de otra familia. En tales casos, solemos encontrarnos con un cuadradito ⯐ que sustituye a la letra no encontrada. Ese cuadradito recibe el nombre de "tofu". Google ha desarrollado una fuente universal que pretende poder mostrar siempre cualquier texto por extraño que sea, de modo que desaparezcan los "tofus" y, de ahí, el nombre de esta familia: noto (no tofu).

NOTO soporta 800 idiomas y tiene más de 100.000 símbolos, todos ellos consistentes entre sí. Puede descargarse gratuitamente pero el fichero pesa más de 400 megas.




16/10/16

Embroidery Trouble Shooting Guide




Embroidery Trouble Shooting Guide es un juego tipográfico en el que las etiquetas HTLM de tamaño se van anidando, de modo que a medida que efectuamos el scroll de una sencilla guía de bordado, el tamaño de las fuentes aumenta y aumenta hasta conseguir una páginas web gigantesca en ambos ejes X-Y. Una especie de big rip cósmico pero aplicado a un texto.


Para verlo, úsese este enlace.






14/10/16

El valle del amor encontrado




Si no fuera porque ya sabía cómo eran el trazado de la vía, el paisaje hundido entre valles, las choperas al fondo, el aire limpio y el sonido de esquilas a lo lejos, me hubiera sorprendido lo bucólico y anacrónico del lugar, una postal country-side olvidada entre el bullicio de las cercanas ciudades. Y si los otros pasajeros supieran por qué me hallaba sentado en aquel vagón, con un permiso de dos días que a regañadientes me había concedido mi jefe, hubieran asegurado con total certeza que estaba loco de remate. Incluso yo, si lo pensaba fríamente, sabía que mi mente estaba alterada a pesar de que no me notaba extraño, ni había tomado drogas, ni había sufrido disgusto alguno que me alterara. Simplemente, sentía la necesidad de hacerlo, contra la lógica y contra la razón.

Mientras las casitas campesinas se deslizaban hacia atrás al otro lado de la ventanilla, recordé el momento, hacía un mes o cosa así, en que esta locura había comenzado, aún entonces sin saberlo. Era una tarde ventosa, que anunciaba lluvia, con los árboles regalando sus hojas a un otoño húmedo y gris, sin posibilidad de encontrar un taxi libre. Había visitado a un cliente en la calle Beltrán que deseaba contratar un seguro contra incendios, y estaba deseando llegar a casa para tomar una ducha, cenar algo rápido y meterme en la cama. Ante la imposibilidad de encontrar un taxi, caminé el kilómetro que me separaba de la parada de la línea 67. Hacia la mitad más o menos, vi la librería y, quizá para despejarme, entré. Era una de esas tiendas antiguas, de viejo, amplia pero abigarrada de estanterías en donde, sin mucho orden, se amontonaban todo tipo de ejemplares. Para un lector serio esto es seguramente un problema ya que encontrar un título, un autor, siquiera una temática, en aquella selva de papel se antojaba una hazaña. Pero a mí, mucho más romántico y anárquico en el leer, me encantó el establecimiento. Sabía que perdería el autobús pero no me importaba. Recorrí los pasillos, asombrándome de cuánto se ha publicado y sorprendiéndome de encontrar libros ya amarillentos pero que a todas luces estaban llenos de embrujo. Por fin, tras un buen rato en que el dueño, sentado al fondo, apenas me dirigió dos miradas fugaces, me detuve frente a un ejemplar de tamaño más grande que lo habitual, algo incómodo de manejo, relativamente bien cuidado y publicado, según se establecía en sus primeras páginas, en 1961, hacía unos diez años. Su título era “El valle del amor encontrado” y su autora, Ángela Fontés. No soy muy amigo de novelas románticas pero abrí el libro y comencé a leer. No puedo decir qué me llamó la atención, incluso hoy, cuando lo he releído varias veces, no sé a ciencia cierta por qué quedé prendado de aquella historia ñoña y algo pueril. Quizá fuese por aquella frase, de la página segunda, donde el personaje afirmaba “y, tú, lector de mi historia, has de saber que mi relato es real, que te espero, que, sí, eres tú el único ser para el que escribo estas páginas”. 

Compré el libro y el propietario me miró con extrañeza:

- Me alegro que lo compre, llevaba aquí muchos años y nunca nadie mostró interés por este ejemplar. Y eso que recuerdo que el tipo que me lo vendió me dijo que era un libro muy especial, que lo colocara en un buen lugar. Ya sabe, estas cosas se dicen para vender. Pero, en cualquier caso, toda historia merece ser leída, ¿no cree usted? 
-Sí, sí, cómo no – repuse sin convencimiento.
-Si vuelve por aquí, me cuenta si le ha gustado.
-Claro, claro, lo haré- pagué y salí.

Llegué a casa casi una hora después tras esperar el autobús por media hora. Ya había comenzado a lloviznar y el cielo se había oscurecido antes de tiempo. Encendí la lámpara de la sala, me preparé un pequeño sándwich y me serví una copa de coñac. Un Martell, uno de los pocos vicios que me quedan. Me senté en la butaca y comencé a leer. 

La historia trataba de Ángela – como la autora-, una mujer valiente y luchadora, que habitaba como madre soltera en una pequeña localidad del interior del país a principios de la década de los sesenta, un pueblo conservador y maledicente, donde los rumores y los chismes se extendían a la velocidad de un relámpago. Gentes que trabajaban duro, honestas a su modo, religiosas y poco instruidas, sin otro aliciente que fijarse en el vecino. En aquel perol de cotillas, el pasado de Ángela, pecaminoso como lo demostraba el hijo habido, apenas un bebé, de padre desconocido, era uno de los asuntos preferidos de las tertulias a media tarde o de los cuchicheos en las esquinas. Con todo, ella se dedicaba a su pequeño negocio de costura. Trabajo no le faltaba porque las labores del campo son ásperas para las telas y los vestidos, de modo que Ángela no paraba de remendar pantalones, zurcir camisas y colocar coderas. Sus mejores negocios los tenía cuando alguien moría (a menudo) o se casaba (pocas veces). Entonces, los vecinos sacaban su único traje, quizá el de la boda, del armario y se percataban de que no les cabía o que el desuso se había encargado de dañar los tejidos. Ángela, a toda prisa, se encargaba de los arreglos, si no perfectos, sí suficientes, que permitieran acompañar al difunto o al novio, según el caso, con una mínima decencia. 

Aunque el libro estaba bien escrito, los personajes delineados con delicadeza y había un cierto dominio técnico del idioma, la trama era un estereotipo muy usado, la historia era simple y el final previsible. Pero yo seguía leyendo.

Cuando sonaron las doce de la noche en el reloj del ayuntamiento, aún estaba leyendo, ya hacia la mitad de la novela y deseando saber cómo terminaba la historia. La descripción de aquella sociedad cotilla me había ganado y yo mismo, desde el anonimato de mi sillón, era un voyeur de todas las mezquindades de aquellos vecinos que eran, sin saberlo, personajes. Me serví otra copa de coñac, ahuyenté la idea de que al día siguiente debía madrugar, y volví al relato.

Llegaba un forastero al pueblo – la autora no decía su nombre- que, cómo no, era una nueva fuente inagotable de calumnias. Un tipo austero, con el único pequeño vicio de beber alguna copa de coñac- vaya, como yo, pensé-, y harto de su trabajo de vendedor de seguros- joder, me dije, también es casualidad-.  Se enamoraba de Ángela y si ya antes ambos eran blanco de todas las miradas, juntos lo eran aún más. 

Casposo, la verdad. Manido, una historia folletinesca, más propia de la post guerra que de principios de los sesenta. 

El forastero acababa marchándose del pueblo tras unos pocos días de estancia, sin Ángela. Tomaba el tren, y se alejaba mientras mantenía la cabeza asomada por la ventana del vagón de cola y veía cómo la mujer hablaba con su hijo. Ñoño hasta decir basta. Novela rosa de adolescentes.

Y, sin embargo, yo seguía leyendo.

Y lo hice hasta terminar con la última frase:

“Esta historia, amable lector, es verídica pero aún no ha sucedido. No, no es una contradicción. No ha sucedido porque yo sí soy Ángela y tengo un hijo que crece sano, porque yo zurzo vestidos y vivo en este lugar pequeño y triste. No ha sucedido porque el forastero, que ahora puedo descubrir que se llama Javier, aún no ha llegado. Vendrá cuando acabe de leer este libro”

Seguro que lo imaginan. Yo me llamo Javier. El corazón me dio un vuelco. Todo aquello, el libro entero, parecía haber sido escrito solo para mí. Era demasiada casualidad que el personaje se llamara Javier, que le gustara el coñac y que trabajara en el sector de las aseguradoras. No sé, no soy matemático pero las posibilidades de que coincidan tantas casualidades a la vez deben ser muy bajas, como que te toque la lotería y la quiniela el mismo día o que el Atleti logre el triplete. Manoseé el volumen por ver si tenía algo oculto, miré al techo por si me había colado una cámara oculta de uno de esos programas televisivos de bromas a incautos, releí varias páginas para cerciorarme que no desvariaba e, incluso, rajé la tapa por si había algo escondido en su interior. Nada de nada. Me acerqué a la enciclopedia y busqué el nombre de la autora. Ni una sola referencia. La novela que acababa de existir no existía tampoco. Pero, curiosamente, sí aparecía el pueblo, incluso un folleto turístico del mismo. No podía creerlo. Lo que el panfleto decía del valle era exactamente lo que la escritora describía con mayor lirismo. Pensé que esto resultaba normal puesto que cualquier escritor se documenta sobre los lugares en los que se desarrolla la acción. Javier, los seguros, …. Todo demasiado intrigante, demasiado extraño y, a la vez, magnético. Me llamaba. Sabía que era una estupidez, que estaba cayendo en la trampa de algún chiflado, quizá el mismo dueño de la librería que escondía libros ad hoc para gilipollas, qué se yo… pero pasé dos semanas casi sin dormir, hasta que un día  pedí el permiso alegando enfermedad grave de mi abuela de modo que al jueves y viernes que me concedían podía unir el fin de semana – una mentira casi piadosa- y compré un billete de tren, empaqué una maleta y me dirigí a la estación sin saber si estaba loco o era idiota.

Todo el trayecto era como se describía en el libro. Era  jueves y el vagón iba medio vacío. El domingo a la noche, al regreso, sería peor. El tren, los valles, hasta los olores y el sonido del viento al transitar entre las ramas se asemejaban a lo contado en el relato. Cerré los ojos, intentando tranquilizarme. Sin duda, estaba sufriendo algún tipo de obsesión, de alucinación, por la que lo que ahora observaba me recordaba a hechos del pasado, creyendo que conocía ya lo que en verdad me era desconocido, fantaseando con un déjà-vu que en realidad no existía.

Salté al andén y me dirigí directo al hostal del pueblo que, a pesar de los diez años pasados respecto a la fecha de publicación de la novela, parecía haber cambiado poco. No quería pensar siquiera que caminaba a sabiendas de lo que hacía, que sin haber estado jamás allá conocía la ubicación de cada casa, que los rostros que veía me resultaban familiares, que los nombres de las calles eran los que estaban escritos en las páginas de la novela. 

Me registré y la habitación que me tocó en suerte- lo supondrán- era exactamente como la del libro, con la misma jofaina, las mismas cortinas azul pálido y la misma cama. Hasta se escuchaban las mismas conversaciones a través de las paredes que describía “El valle del amor encontrado”. 

Desempaqué mi ropa y bajé. Pregunté dónde podía cenar y el conserje, sin dejar de leer el periódico, me recomendó un asador al final de la calle. Cené sin que, por una vez, reconociera nada- la autora de la novela no describía dónde se comía- y regresé. Logré conciliar el sueño sin saber aún por qué diablos estaba yo allá.

Por la mañana, el viernes, tras desayunar en el propio salón del hotel- apenas un café y un bollo- salí a recorrer el pueblo. Al igual que el día anterior, las calles y las casas, hasta las farolas o los árboles del parque, reflejaban con exactitud lo leído. En verdad, no conocía todo. Vi a muchas gentes que, como debía ser natural, me resultaron desconocidas; calles de las que no sabía nada, tiendas como las de cualquier otro pueblo del país. Pero, de tanto en cuanto, algo me llamaba la atención porque eso, eso sí, estaba descrito en el libro. Razoné que era lógico que sólo reconociera una pequeña parte porque ningún escritor puede relatar toda la vida, tan solo retazos del escenario, de los sentimientos, de lo que se habla.

La vi entonces. Cruzaba la calle y se dirigía rauda a su trabajo. Yo sabía dónde era, dónde estaba, el nombre del establecimiento, cómo era su interior. Subí a la habitación, tomé un jersey y rasgué a propósito una de sus mangas. Volví a bajar, saltando los escalones de tres en tres, y corrí hacia la tienda de Ángela. 

Entré y, como yo ya sabía que ocurriría, todo estaba como era descrito en la novela. Ángela levantó la vista y me sonrió:

- Buenos días, ¿En qué puedo ayudarle?

En el libro no se hablaba de su apariencia, de una belleza que me pareció exquisita, algo normal porque la propia autora no iba a darse autobombo. Verla no era un déjà-vu. Era un gozo estético. Mediana edad, con unas ligeras arrugas en los ojos que la hacían más interesante si cabe, vestida de manera sencilla pero con un encanto que para sí quisieran las modelos de las pasarelas, unos ojos que llamaban a mirarlos y un tono de voz algo grave pero amistoso.

- Quisiera ver si pueden arreglarme este jersey – balbuceé más que pregunté.
- Déjeme ver – se ajustó las gafas y tomó la prenda con sus manos, fuertes, vividas en el trabajo, encantadoras – sí, será fácil. ¿Me lo puede dejar hasta mañana?
- Sí, ningún problema. 
- ¿Está usted de paso? No le había visto nunca por aquí – volvió a sonreírme. Joder, pensé, lo mejor de todo no estaba en el libro, su sonrisa.
- Unos días. Turismo.
- Es bonito el valle. Pequeño si es usted de ciudad y está acostumbrado al ajetreo de una urbe, pero esto también tiene su encanto.
- De eso no tengo duda alguna- repuse con un arrojo inusual en mí y esperando que ella no me entendiera.
- ¿Mañana a las doce? Estará listo.
- De acuerdo, hasta mañana.

En todo el día no me atreví a volver a pasar por delante de la mercería y dediqué el tiempo a vagabundear ante la siempre atenta vigilancia de los jubilados de la localidad que, para la tarde, ya habrían hecho un completo informe del forastero recién llegado. Dormí mal, despertándome a cada poco y deseando que llegaran las doce. Me sentía enloquecer pero, qué caramba, si la novela hablaba de una historia de amor, esa era la mía y ya hacía tiempo que no sentía ese nerviosismo que uno siente cuando acontece lo inevitable.

No pude aguantar y a las once y media ya estaba frente a la puerta.

- Buenos días…. No sé si me recuerda…. Traje un jersey ayer
- Claro, cómo no. Ya está hecho. No ha sido difícil. Es un buen jersey. 
- Gracias, sí, lo compré ya hace años y lo cierto es que es muy agradable de llevar. 
- Lana inglesa.
- ¿Lana inglesa? – pregunté con interés genuino.
- Sí, hágame caso. Yo trabajo en esto. Lana cardada en Inglaterra, de la mejor.
- Si usted lo dice, pensaré en ello cuando me lo ponga- sonreí.
- ¿Ha visitado ya el pueblo?
- No sé, lo cierto es que estando solo uno se aburre un poco. No sé si he visto todo o no, la guía es muy escueta.

Ella dejó el vestido en el que estaba trabajando y envolvió mi jersey.

- ¿Cuánto le debo?
- Ciento cincuenta pesetas
- Aquí tiene- le entregué el dinero.

Me miró y nos quedamos el uno frente al otro sin saber qué hacer hasta que ella prosiguió:

- Me pregunto si le apetece que le acompañe a conocer los alrededores. Mañana es sábado y cerraré la tienda. Yo, como usted, también soy forastera y sé lo solo que uno se encuentra a veces.

Hubiera dado lo mismo si me hubiera invitado a visitar el infierno con ella. 

- Será un placer, pero no quisiera importunarla.
- No, por Dios. Hay pocas novedades aquí, será divertido volver a ver la zona en compañía de alguien que la conoce aún menos que yo.
- ¿Mañana a las nueve? – alargué mi mano y ella me la estrechó- no sabe cuánto le agradezco las molestias.

Aquel fin de semana fui feliz. Si una palabra puede describir mi estado de ánimo era de felicidad. Poco importaba que ya conociera, a través, de las páginas de la novela leída, todo lo que Ángela me enseñó. Apenas recordaba la historia de amor de los personajes Ángela y Javier. Lo que importaba es que yo, con ella, estaba viviendo el frenesí del encuentro, del descubrimiento del otro, de por qué una simple sonrisa abre el cielo, cómo una piel ya castigada parece el terciopelo más deseado.

La mañana del sábado la dedicamos a pasear por las callejas del pueblo y tomamos un aperitivo en la tasca de Josefo. Sí, sentíamos las miradas de los convecinos pero nos daba igual. Comimos juntos en el asador y, por la tarde, me invitó a tomar café a su casa. Fue cuando conocí a su hijo que no era el bebé del libro sino un chaval de diez u once años. En cualquier caso, la autora se había recreado con el amor de cualquier madre por su retoño. Yo soy bastante niñero y me gané al crío pronto. Fuimos al río y jugamos a las escondidas, y a lanzar cantos rodados sobre el agua, para ver quién llegaba más lejos o cuántos rebotes conseguíamos. Me dejé ganar y el chiquillo reía alegre. Luego, otra vez en su casa, el chico se acostó pronto y quedé cenando a solas con Ángela.

- Gracias por la cena, Ángela. No sólo coses estupendamente sino que cocinas mejor- la halagué sin tener que exagerar porque era cierto.
- Ya sabes, una hija y única además, tiene que saber hacer de todo un poco.
- ¿Qué haces en este pueblo?- me atreví a preguntar- Podías abrir una mercería en la ciudad. Allí, tu hijo tendría más oportunidades.
- No sé. Huir, quizá – bajó la mirada y calló durante unos segundos tensos.
- ¿De qué, Ángela?- la miré con firmeza, con la confianza que da saber lo que a uno ya le ha explotado en el corazón.
- Del pasado. De un mal amor, del abandono, del miedo a volver a ser herida, de la intolerancia.
- ¿Te dejó? – pregunté.
- Es una vieja y larga historia. Yo era demasiado joven y demasiado tonta. Lo de siempre, Nada nuevo bajo el sol.
- Sí, los cabrones se reproducen como las malas hierbas- me salió del alma.
- Ni siquiera tengo rencor. Quizá tuvo más miedo que yo, qué se yo. La cosa es que tuve a mi hijo sola, que mis padres no lo entendieron y que la ciudad se me hacía demasiado grande.
- ¿Y aquí?
- Igual, pero al menos conozco a todos los que pueden hacerme daño. Soy como una atracción de circo y los vecinos, bien azuzados por el párroco, tienen de qué hablar. Una mierda, pero una mierda que conozco y controlo.
- No me parece justo, Ángela. Mereces todo.
- Y tú qué sabes, si no me conoces. – dijo ella.
- Quizá sí, quizá sepa más de ti de lo que imaginas.
- No creo. Algún día sé que vendrá alguien en quien pueda confiar. Pero hasta entonces…

Cómo decirle que había leído la novela, cómo explicar a alguien toda mi locura. Si le contaba la verdadera razón de mi viaje me tomaría por un loco y, sensata, me echaría de su casa, de su vida y de la proximidad de su hijo. Cómo podía explicar el libro encontrado en la librería, la historia de una Ángela que tenía un hijo, las noches que había pasado sin dormir, que el Javier agente de seguros y que gustaba de una copita de Martell era yo…. Pudiera ser que yo ya estuviese loco pero no quería que ella lo supiera. Callé y me despedí hacia las diez, regresando al hotel.

El domingo subimos los tres al cerro de Peñagrande y entramos en la cueva que llaman de los Franciscanos, jugando con el eco para ver quién lograba alargar más el sonido. Comimos en la ribera del río, bajo los chopos, una gran tortilla de patata y unos filetes empanados, de postre unos pastelillos de crema que habíamos comprado en la pastelería.

- Me voy a las siete- dije, mientras arrancaba una florecilla tardía de otoño y se la ponía en el pelo.
- Lo sé. ¿Lo has pasado bien?
- Maravillosamente. ¿Y tú?, te he dado la tabarra, he arruinado tu fin de semana. 
- Sabes que no- me acarició la mano.- ¿Volverás?
- No lo sé.
- Si lo haces, seguramente estaré aún aquí. Nunca se sabe. Quizá llegue antes ese amor que siempre llega.

El alma volvió a encogérseme. Estuve a punto de contarlo todo, la librería, el librero, la novela, el déjà-vu, la locura que me consumía, que me había enamorado… pero me contuve. Una locura así no puede contarse, una chifladura de tal calado sólo da problemas. Ella me tenía por una persona cuerda y lo arruinaría todo en un instante. Sería mejor dar tiempo al tiempo, que mi cabeza se asentara, que olvidara el libro imposible y, quizá, con el tiempo, ella podría amarme sin conocer jamás mi delirio.

Vino a despedirme a la estación con el niño. La besé en la mejilla sintiendo que los ojos de los demás se clavaban en nosotros.

- ¿Estarás bien? – pregunté- Estos cafres están deseando desmembrarte.
- Sí, no te preocupes. No son mala gente, sólo metomentodos. Y me dan de comer con su ropa para arreglar.
- Te escribiré- dije, mientras subía al vagón.
- Sí, hazlo.

Me quedé asomado por la ventanilla mientras el tren se alejaba, viendo cómo las figuras de Ángela y su hijo se iban haciendo más y más chiquitas. Como en el libro, como en el libro.

- ¿Se va Javier, mamá? – preguntó el niño.
- Sí, tiene que trabajar- contestó Ángela.
- ¿Y volverá? – el chiquillo miró a su madre.
- Seguro que sí. Pero aún tiene que encontrar la segunda parte de la novela.





13/10/16

Liber 2016




Desde ayer y hasta mañana se celebra en Barcelona la edición 2016 de la Feria internacional del libro, Liber 2016. Dentro de ella, hay dos áreas que se refieren a la edición digital, la de libros electrónicos y la de apps aplicadas a las editoriales y literatura. En la zona digital se ofrecerán numerosas charlas breves que tocarán muchos de los asuntos de interés para editores, escritores y lectores que plantea el mundo digital.


Para más información y ver el programa, puede accederse a este enlace.


12/10/16

El regreso




Trabajaban en distintas ciudades, de modo que las oportunidades para verse escaseaban. Unas veces eran los horarios, otras los compromisos ineludibles, algunas más la simple pereza de buscar una fecha, una noche, un almuerzo en el que compartir recuerdos, sentimientos y anhelos. Es que se está tan bien cada uno en su casa, decía ella en ocasiones. Y en otras se enzarzaban en si es porque tú no puedes o es porque yo no puedo; que aquel sábado yo no tenía plan, que este lunes me han puesto una reunión que no puedo dejar.

Quizá por esas dificultades, tan anodinas como inmensas, era por lo que Ferdinand se sentía especialmente feliz. Habían pasado ya muchos meses desde que se vieran y, por fin, habían encontrado un rinconcito en el tiempo para cenar en el restaurante del puerto, compartiendo unas zamburiñas y una botella de Sauvignon blanco. Recordaba bien la primera vez que estuvieron allá, una tarde de verano de hacía ya siete años, ella hermosa –como siempre-, con una camisa azul a rayas blancas, los bous llenos de luces encendidas mientras se hacían a la mar, las olas rompiendo en el malecón, las gaviotas dando sus últimos sobrevuelos sobre las redes tendidas y la dársena. No podía decir que se había enamorado aquella noche porque ya lo estaba de antes en secreto pero fue una velada muy especial en la que se contaron todo lo que llevaban años guardando. Él confiaba en rememorar aquellos instantes, aquel escenario, aquel embrujo que emanaba del aroma a salitre, del pescado que compartieron, de los destellos intermitentes del faro en la colina. Se sentía bien, dichoso, optimista.

Se besaron al encontrarse y pasaron un buen rato, demasiado tiempo, hablando de nimiedades, de cosas de sus respectivos trabajos, de algún recuerdo sobre el que pasaban como en volandas, sin atreverse a detenerse en lo que sintieron.

Cenaron bien. Volvieron a encargar, como antaño, el mismo vino, el mismo pescado y los mismos entrantes. Por el restaurante no pasaba el tiempo, con su decoración marinera y sus lámparas en forma de faroles de borda. El mar, ajeno al mundo, continuaba pugnando contra las rocas de la escollera y las aves volaban en los mismos círculos de siempre. Los barcos salían a la mar haciendo sonar sus bocinas al enfrentar la bocana y, a lo lejos, casi en el horizonte, se veían los enjambres de luces, como luciérnagas nadadoras, que señalaban la posición de las chipironeras. Debatieron sobre la política del momento, sobre las condiciones de la jubilación, sobre un viaje de trabajo que había hecho ella, de pequeñas cuitas de sus respectivas oficinas, sobre lo frío que se avecinaba el invierno. Mal síntoma cuando se habla de estas cosas, pensó él.

- ¿Lo estás pasando bien? – preguntó él
- Sí, claro, como siempre- contestó ella mientras acariciaba la copa con su dedo.
- Hemos pasado buenos momentos aquí, ¿verdad?
- Sí, instantes hermosos. 
- Yo quiero que tengamos muchos más instantes de esos - el tono de él era de súplica.
- Y yo, y yo – replicó ella sin mucha convicción- pero este es el mundo real, ya sabes, con sus restricciones, con los problemas de agenda. ¡Si eres tú quién no puedes casi nunca!
- ¿Yo? Tú que tienes siempre una agitada agenda – protestó él sin desearlo porque aquella búsqueda de un culpable no conducía a nada.
- Ya estaremos, claro que sí, ya estaremos más – afirmó ella, trasladando al futuro la inquietud de hoy.
- Tenía muchas ilusiones con esta cena – dijo él.
- ¿Tenías? ¿Y eso? ¿no estás bien?
- Sí, por supuesto… pero, no sé, antes nos contábamos otras cosas, de nosotros, de nuestro corazón, el mundo externo apenas ocupaba nuestra charla.
- Es que ya nos conocemos mucho, no es cosa de estar todo el día conociéndonos, ¿no? Además, estamos lejos, tú viajas mucho, yo a veces, y nos tenemos que contar lo que hacemos.- ella sorbió un poco de vino.
- Sí, estamos lejos, viajando – él miró al mantel, sin atreverse a encontrar sus ojos.- ¿sabes lo malo de viajar?
- ¿Qué?- preguntó ella.
- Que cuando los viajeros regresan ya no son los mismos, sólo queda el paisaje.



11/10/16

ELC3 2.0




La Electronic Literature Organization anuncia la publicación de una nueva versión de la colección de obras de literatura digital ELC3, en este caso la denominada ELC 2.0.

Esta nueva versión añade nuevos recursos a la original que ya contenía 114 obras seleccionadas. Ahora, la colección se aloja en los servidores de la ELO pero existen enlaces a los sitios originales si estos existen. Asimismo, pueden descargarse algunos ficheros fuente y materiales adicionales suministrados por los autores. 

Para más información, acudir a este enlace.



   

10/10/16

Biblia digital



La Facultad de Teología de la Universidad de Navarra publica este mes una biblia digital programada para poder ser consultada desde dispositivos móviles. Existe también una versión con el español adaptado a los usos y modismos de Latinoamérica. Se complementa con comentarios e informaciones anexas para diversos pasajes, mapas, índices, glosario, etc.  Dispone de casi 40.000 enlaces internos que permiten una navegación muy flexible. 

Puede comprarse tanto en su versión para IOS como para Android.


  

9/10/16

Novelistik





Novelistik es una plataforma social creada en México para la autopublicación de libros electrónicos que cuenta ya con unos 20.000 usuarios. Pretende acercar a escritores y lectores mediante un proceso de auto publicación fácil de utilizar, impulsar la lectura y la escritura y promocionar autores, entre otros objetivos. 

 La página web de la plataforma puede enlazarse aquí.

Un vídeo promocional:




8/10/16

Viaje por Galípoli. La batalla sobre el tiempo



Viaje por Galípoli. La batalla sobre el tiempo, (Pre-Textos, 2016), de Javier González-Cotta es un recorrido profundo en torno a la batalla de Galípoli en donde, en 1915, las tropas anglo-francesas apoyadas por australianos y neozelandeses, fueron contenidas y derrotadas por un ejército turco descalzo, hambriento y mal armado que, sin embargo, suplió con valor y arrojo todas las carencias. El resultado fue una carnicería mutua. De los 800.000 soldados participantes, más de 150.000 mil  murieron y medio millón resultaron heridos, todo ello en una pequeña bahía bañada por el Egeo.

A medio camino entre la literatura histórica y la de viajes, González Cotta no se limita al relato histórico sino que aprovecha para realizar un examen de la miseria humana y del horror de la guerra, de la dicotomía entre los planes de los generales (en este caso, con cierta relevancia de Winston Churchill, entonces primer Lord del Almirantazgo) sentados muy lejos del campo de batalla y los horrores de las playas, de las mutilaciones, de las trincheras improvisadas, de la muerte a mansalva.

Interesantes son, también, los mapas y colecciones fotográficas que se incluyen en el libro, que tiene más de 600 páginas. 


 

7/10/16

The First Galway Digital Cultures Initiative Conference





Se anuncia la First Galway Digital Cultures Initiative Conference  que se celebrará en Galway, irlanda, el 11 y 12 de mayo del próximo año 2017. En concreto, tendrá lugar en el Instituto Moore de la Universidad Nacional de Irlanda en esa ciudad. El evento focaliza sus intereses sobre los ecosistemas literarios digitales, los archivos digitales literarios, la colaboración literaria en línea, la literatura en las redes sociales, las nuevas formas digitales de narrar o la publicación digital nativa entre otros asuntos. 

En este momento, queda abierto el plazo de presentación de ponencias hasta el 15 de diciembre. Para enviarlas o para leer más información, puede utilizarse este enlace.





5/10/16

MIX 2017




Se anuncia que el año próximo, entre los días 10 y 12 de julio del 2017, tendrá lugar la nueva edición del evento MIX, Writing Digital que tendrá lugar en Bath, UK y que pretende repetir el éxito de ediciones anteriores.

En este momento, se ha abierto el plazo para presentar propuestas y ponencias y que estará en vigor hasta el 30 de enero del 2017. La organización pretende incluir conferencias, talleres de literatura digital, seminarios y mesas redondas donde se den cita autores, técnicos y editores. Han confirmado ya su presencia Jon Dovey, Elizabeth Evans, Anna Gerber, Britt Iverson y Caitlin Fischer. Los temas elegidos en esta edición son: 

* Revolución: claves del desarrollo de la literatura digital. Entornos 3D. Narrativa inmersiva.
* Regeneración: nuevas formas híbridas de literatura.
* Reflexión sobre el futuro de la literatura digital y los medios digitales en la lecto-escritura.

También hay interés en debatir sobre el teatro digital. 

Aunque aún no ha sido convocada se prevé que en paralelo haya una exposición de obras digitales. 

 Para más información, puede verse la página de Mix 2017


4/10/16

El torreón de William FitzOsbern




Serían las cinco de la tarde. La M5, la autopista de Birmingham a Bristol estaba bloqueada y, según las noticias de la radio, se necesitarían días hasta despejar la vía. El accidente de un camión que transportaba algún producto tóxico había hecho que la policía y los bomberos la cerraran durante muchos kilómetros a fin de prevenir que las personas pudieran contaminarse con el veneno. También, las carreteras cercanas estaban prohibidas porque el viento podría trasladar las toxinas a muchas millas de distancia. Al parecer, llevaría hasta el domingo limpiar la autovía porque las labores de desinfección eran complicadas.

Tomé la primera desviación que encontré a la derecha antes de llegar a Gloucester y me adentré en los campos galeses. La ventaja era que el paisaje era hermoso. La desventaja, que no conocía la ruta y aquel coche – un Ford alquilado del 98 con un cambio manual que no entraba nunca a la primera- no disponía de navegador. Pero, como buen conductor varón, uno ha de encontrar el camino por sí mismo. Preguntar a alguien por la dirección es una suerte de deshonor en la que ni se concibe caer cuando uno ha nacido hombre. El resultado es fácil de adivinar. Me perdí, y acabé con la aguja del tanque de gasolina pidiéndome a gritos que encontrara una estación de servicio.   Tampoco ayudaban para nada los numerosos carteles de señalización sólo en galés, con la versión en inglés borrada con spray negro. Sólo cuando desde lo alto de una colina me topé con la visión del inmenso canal de Bristol, comprendí que las señales que decían Môr Hafren me hubieran llevado al borde del mar, frente a la orilla inglesa, desde donde me hubiese sido más fácil orientarme. Estaba ya oscureciendo cuando divisé el pueblo de Chepstow, a una milla. Confiaba en encontrar alguna gasolinera aún abierta y un hotel con una cama decente. Tuve suerte con ambos objetivos.

− Son 40 libras, incluyendo desayuno – me dijo la recepcionista.

El precio me pareció elevado para lo que el establecimiento ofrecía. Era, sin duda, agradable y estaba limpio pero no podía compararse a un hotel de calidad de cualquier ciudad británica. No tenía opción, de modo que entregué mi tarjeta de American Express, dejé mi pequeña maleta en la habitación y salí con la intención de cenar algo rápido en el primer restaurante que encontrara.

De pronto, al caminar por las calles empedradas e iluminadas por las farolas de luz amarilla, con una brisa, plena de aromas de salitre, que llegaba desde el canal y el rumor suave de las aguas tranquilas del río Wye me sentí relajado y me olvidé de todo el malestar del viaje, sensación que mejoró todavía más cuando cené como un señor en un bistró en el Riverside, viendo pasar barcazas de gran eslora y poco calado, iluminadas por largas hileras de bombillas, que se dirigían hacia el mar.

− Desea algo más – la que me preguntaba era la camarera del restaurante, una mujer de unos cuarenta años, mi misma edad más o menos, no especialmente hermosa pero con una expresión tan interesante, tan llena de historias que contar, de vida que repasar, que uno deseaba de inmediato poder charlar con ella.
− Un café, si es posible.
− Por supuesto… ¿azúcar? – retiró el plato vacío de postre que había terminado − ¿Usted no es de por aquí, verdad?

No me apetecía dar información sobre mí mismo. Poco interés podía tener el que yo fuese un viajante de productos de oficina, harto del trabajo y de su jefe, mal pagado y nacido en un suburbio nada favorecido de Londres, que ahora vivía en Birmingham, de padres inmigrantes, eslovenos para ser exactos, dos noviazgos fallidos por mi culpa y sin estudios de ningún tipo. Quizá, sentí vergüenza de mi poca valía.

− No, no, del norte de Escocia – respondí, mintiendo.
− El acento, sabe usted. Un escocés no puede pasar desapercibido fácilmente.
− ¡Ah!, pensé que me había visto el kilt – bromeé y a ella, al reír, se le iluminó el rostro como si se hubieran abierto los cielos sobre las High Hills. Me sorprendí de lo fácil que resulta hacerse pasar por quién uno no es.

No podría decir si fue casualidad, si lo hice a propósito o inconscientemente. El caso es que demoré un buen rato en tomarme el café y pedí dos más hasta que fui el último cliente y se dispusieron a cerrar.

− Hora de irse a casa. Lo siento, pero los galeses somos gentes de orden – volvió a sonreír.
− Sí, lo lamento – me disculpé – Cóbreme, por favor.

Al traerme la cuenta, la mujer me miró y me preguntó.

− ¿Va a quedarse algunos días?
− Creo que no, de hecho ni siquiera debería estar aquí. Voy de paso.
− Debería ver Chepstow. Hay mucha historia adherida a sus muros y a sus calles, ¿sabe usted?
− Sí, no lo dudo, pero la verdad es que me esperan en casa – mentí – ya debería estar allá y….
− Anímese, merece la pena – resultaba una mujer interesante incluso hablando de cosas intrascendentes.
− No sé, no soy muy dado a visitar ciudades…
− Venga, hombre, que no se diga que un escocés teme rencontrarse con la historia. Yo le acompaño mañana, si le apetece. Es mi día libre. Soy Janis – me extendió la mano.
− Sí, que no se diga de los escoceses. ¿A las 10 aquí? – tomé su mano y me rendí al carisma de aquella persona.

El sábado amaneció sin nube alguna en lo alto, con un sol espléndido, el más redondo y más grande que yo nunca hubiera visto. Desayuné como Dios manda. Café, tostadas, dos huevos escalfados con bacón, un buen trozo de pastel de manzana y un par de vasos de zumo de naranja. Me sentí exultante aunque, la verdad, el pueblo me importaba un comino. Pero volver a ver a Janis, conocerla más, conversar con ella, mirarla, se me antojaba una experiencia reservada a los elegidos. Y uno, al sentirse así, piensa en qué habrá hecho de bueno en alguna otra vida para toparse con un azar semejante.

− ¿Listo para caminar? – me preguntó al encontrarnos – No creas, es un pueblo pequeño pero con muchas cosas que descubrir.
− Un escocés no se amedrenta ante nada – proseguí la broma tontamente.
− Pues, lo primero es lo primero… el castillo.

Caminamos por High Street, para torcer luego por Bridge Street, con su alternancia de casas de ladrillo y edificios blancos decorados con grandes macetas de petunias, hasta casi el puente de celosía metálica que salva el Wye. Allá, entramos en el parque, a la izquierda, donde se alza el castillo. Una docena de grandes torreones en sus esquinas, una alta torre de la caballería en su mitad, sus muros de más de un kilómetro de largo siguiendo el acantilado que encauza el curso del río y las aguas de este constreñidas por sus piedras, el matacán tan dispuesto que se diría que había un vigía observando a todos los que nos acercábamos, los merlones protegiendo invisibles arqueros, los ventanales ojivales, las puertas en celosía de roble.

− Lo construyeron los normandos en el año 1067. Imagina lo que estos muros habrán contemplado – me dijo ella.
− ¿Los normandos? – pregunté, más por cortesía que por interés.
− Sí, como base de operaciones para conquistar Gales. Ya sabes que nuestras tierras fértiles siempre han sido codiciadas por todos nuestros vecinos. Además, fue el primer castillo en piedra construido en toda la isla. Imagínate, la importancia que para el ejército invasor tendría esta posición, era el centro de todas las huestes normandas.
− No hay mal que por bien no venga. Seguro que Chepstow progresó y se enriqueció con tanto soldado, diácono y artesano que vendrían a trabajar o a luchar aquí. – contesté.
− Y a morir, sí, que no hacen sino encontrar tumbas de hace muchos siglos llenas de cuerpos. Fue William FitzOsbern, nada menos que el vasallo predilecto de Guillermo el Conquistador, el que lo convirtió en plaza fuerte de sus ejércitos. Un hombre listo pero cruel, hábil en la batalla pero arrogante, al que llamaban “Espíritu orgulloso”. No le faltaban ni influencias ni dineros. Fíjate que él mismo armó sesenta navíos normandos para invadir Inglaterra. ¿Ves aquel torreón al sur? Se dice que desde él, FitzOsbern arengaba a sus batallones al iniciar el combate. ¡Imagina lo que estas torres han visto!…. Durante los siglos XII y XIII, fuimos también un foco de cultura y de arte.
− Me asombras.
− Y en el siglo XVII fue defendido por los monárquicos pero tuvieron que rendirse antes los parlamentaristas que, como imaginas, pasaron a todos por las armas.
− ¿Y cómo sabes tantas cosas? Me maravillas, yo apenas sé nada de la historia del país – la miré a los ojos con convencida admiración.
− ¿Crees acaso que una camarera no sabe leer? ¿Eres uno de esos idiotas que piensa que la cultura se encierra dentro de las capitales o de las universidades?
− ¿Piensas eso de mí? – creo que me puse colorado.
− Claro que no, − respondió ella −, pero me gusta incordiar un poquito. – y al sonreírme el azul del cielo me pareció más azul si cabe.

Janis me contó que el nombre de la ciudad venía de combinar las palabras antiguas Chepe y Stowe, o lo que era lo mismo, lugar de mercaderes; que en su día existió un gran puerto al que los navíos que cruzaban el canal provenientes de Inglaterra llegaban repletos de sedas y calicós que grandes goletas traían desde Asia; que había almacenes a rebosar de café que arribaba en pequeños barcos españoles que eran bien vigilados por los soldados del rey; que las orillas del Wye se convertían cada viernes en un mercado en el que se vendían ganado y lana, especias y aves exóticas, redes de pesca y aperos de labranza, borricos y corderos, espadas y cubertería, garrafas de vino y troncos madereros, …

− Ya ves, hoy sólo quedan los turistas que vienen, no en navíos sino en autobuses – terminó de hablar con cierta melancolía.

Comimos en la Royal and Loyal Tavern y la sobremesa se alargó. Podría recrear cada palabra de la conversación. Me encantó cómo Janis veía el mundo, cómo lo comprendía, cómo observaba a las personas y entendía sus sentimientos. No quería pensar más allá, aunque sabía lo que me estaba ocurriendo. Una locura, sin duda, pero estas cosas llegan siempre así, de sopetón, sin esperarlo, a traición.

Por la tarde, fuimos de terraza en terraza, de café en café, de té en té. Ya no hablamos más de la historia de Gales, del puente sobre el Wye o de las batallas entre arqueros y alabarderos. Nos dedicamos a contemplar cómo pasaban las yolas con remeros que entrenaban antes de la caída de la noche, ver las gentes que paseaban tranquilas por los parques, los que servían la cena tempranera en sus porches, cómo el sol se acostaba tras el Pen y Fan.

Y hablamos. Hablamos mucho y, por alguna razón, nos abrimos el uno al otro, como si hubiéramos estado siempre esperando el encontrarnos para contarnos todo lo vivido en un pasado que incomprensiblemente no habíamos disfrutado juntos, tan malvado es el destino en ocasiones. Me contó cómo había estado casada muchos años atrás, demasiado joven, demasiado ilusionada, demasiado ingenua, y cómo el desencanto y el alcohol del que él abusaba hicieron que saliera del Chester donde vivía, al norte, para marchar a Londres donde nunca se sintió a gusto y acabar encontrando un empleo de camarera en Chepstow, no gran cosa, cierto, pero donde pudo hallar paz y recodos en el río donde llorar una amargura que tardó años en esfumarse.

− Me hubiera gustado tener hijos – ella me tomó la mano y ambos notamos que, como en la conversación, nuestros cuerpos habían estado esperando ese contacto mutuo, justo ese, mucho tiempo.
− Tengo que decirte algo – bajé la voz de puro miedo.

Estaba avergonzado. ¿Por qué tuve que decirle que era escocés? ¿Por qué aquella estupidez tan infantil?

− ¿Qué? – se puso seria.
− No soy escocés. Te mentí, no quería que supieras de mí, lo poco que soy. Lo siento, fue una idiotez.

Ella rió a carcajadas. Se repuso y, sin ninguna reserva, me acarició en la mejilla.

− ¿No pensarás que me lo creí? Tienes un acento de Peckham que te delata a una milla. Recuerda que yo he vivido en Londres.
− ¿Y no me dijiste nada?− sonreí aliviado, fingiendo estar molesto.
− Bueno, donde las dan las toman…
− ¿Qué quieres decir?
− Que he estado estudiando toda la noche la guía turística de Chepstow. Deseaba que tuvieses una buena impresión de mí. Menos mal que tengo buena memoria, ya sabes, para recordar las comandas de los clientes en el restaurante…. ¿o pensabas que yo sabía quién demonios era William FitzOsbern?

La besé con toda mi alma, con la urgencia del ansia contenida.