30/6/14

The Drama Manager




The Drama Manager, de Anni Garza, es un montaje interactivo, creado ya en el año 2008, para contar historias interactuando entre el espectador y los personajes virtuales que aparecen en pantalla. La interacción se efectúa mediante sonidos. El sistema reconoce gritos, palmadas, risas, lloros, cantos. Un micrófono envía la señal al ordenador el cual, en función del análisis del sonido que realiza, hace a los personajes ejecutar una u otra acción de entre un limitado número posible de ellas. Hay una relación entre el tipo de sonido y el comportamiento emocional de la mujer virtual que aparece en pantalla.
 
Evidentemente, la historia, la secuencia de eventos, es siempre distinta aunque el inicio y el final son siempre iguales.





29/6/14

Hipertextos en papel





Doyle Partners presenta un imaginativo trabajo para plasmar lo que un hipertexto puede ser en formato papel. Intricadas estructuras en las que cada frase, cada párrafo, toman un camino espacial diferente convirtiendo el total de la obra en una estructura 3D mucho más interesante que la simple hoja plana de papel.
 
Pueden verse más ejemplos de este y otros de sus trabajos en la página de Doyle.





28/6/14

Una mujer en Berlín



Una mujer en Berlín (Anagrama, 2005), es un diario, que se presenta como anónimo, de una mujer durante los convulsos meses que siguieron a la llegada de las tropas rusas a Berlín en 1945. La autora es, en realidad, Marta Hillers (1911-2001), periodista que escribió sus vivencias y desgracias desde el 20 de abril al 22 de junio de aquel año. El  libro, publicado por primera vez en 1954, difiere ligeramente de los diarios originales.
 
Un dramático relato de la situación de las mujeres vencidas, convertidas en botín, en sujeto principal de la venganza de las tropas rusas, acciones igual de horrendas que las que los soldados nazis habían cometido en la Unión Soviética unos años antes. La autora, mujer culta, universitaria, de 33 años, soltera, que habla idiomas, inteligente, es violada repetidamente durante aquel periodo, algo que le ocurría a casi todas las mujeres de Berlín y otras ciudades alemanas. Ellas aprenden a vivir con el horror y, en ese caos vital, cada una busca una salida, siendo la más común el hacerse amante falsa de algún oficial para así quedar menos expuesta a la barbarie. O eso, o poner en peligro la propia vida y la de sus familiares. Acostarse con un mando es un salvoconducto y tienen que aceptarlo para sobrevivir (“A partir de las ocho comienza el habitual desfile por la puerta trasera abierta. Toda clase de hombres desconocidos. De repente hay dos o tres ahí dando vueltas en torno a mí y a la viuda, intentan tocarnos, tienen la avidez del zorro. Pero la mayoría de las veces aparece uno de nuestros conocidos y nos ayuda a quitarnos de encima a los desconocidos. Oí cómo Grischa les ponía al corriente del tabú, le oí nombrar a Anatol. Y estoy de lo más orgullosa de haber logrado domesticar a uno de los lobos, acaso el más fuerte, para que me mantenga lejos del alcance del resto de la manada.”). También recurren a la solidaridad de género, al ingenio (simular haber contraído el tifus para salvar la virginidad)  y a un humor lúgubre pero no por ello menos aliviador. Utilizan el sentido común y la resistencia interior en un mundo que ha perdido su civilización.
Evidentemente, la visión de la autora es radicalmente ácida con los rusos (no sólo por las violaciones sino por su zafiedad e incultura de acuerdo a lo que relata la autora) pero no olvida las desgracias a las que les someten también los americanos que quizá no las violan pero las masacran con sus bombas (“Más vale un ruso en la barriga que un americano en la cabeza ").

Un relato que tiene toda la intensidad de lo cercano, de lo inmediato, del drama que se vive en primera persona. Las mujeres, dentro del desaliento y el asco que sienten (“Tengo la asquerosa sensación del pasar-de-mano-en-mano. Me siento humillada y ofendida, degradada a objeto sexual” – “Tengo mi cara apoyada en sus rodillas y sollozo y lloro y lloro todo el llanto del alma”),  acaban por asumir su situación y proseguir con una vida, sobrellevando mejor la desgracia que los hombres alemanes, sometidos y sin capacidad de reacción, hasta el punto de que las mujeres se compadecen de ellos (“Nos dan pena, nos parecen tan pobres, tan débiles. El sexo debilucho. Una especie de decepción colectiva se está cuajando bajo la superficie entre las mujeres. El mundo nazi de glorificación del hombre fuerte, el mundo dominado por los hombres... se tambalea y con él se viene abajo también el mito «hombre» "). Unos hombres que prefieren esconderse de la realidad, avergonzándose de ellas cuando realmente deberían avergonzarse de sí mismos.

26/6/14

Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven




Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven, ( Plaza y Janés, 2011), de Albert Espinosa, es una novela corta que trata sobre el conocimiento personal y la búsqueda de la propia identidad,  y en la que lo que menos importa es la historia en sí misma, la búsqueda de un niño desaparecido.
 
Páginas repletas de reflexiones interesantes, bellamente escritas, a veces excesivamente sentimen- tales, pero siempre cercanas porque en definitiva son las que afectan a cualquier ser humano. El hilo narrativo es fragmentado, utilizando recuerdos y regresiones para ir, como si el escritor estuviese cosiendo retazos que van encajando unos con otros, construyendo la personalidad de los protagonistas. En realidad, los protagonistas son una excusa para transmitir las reflexiones del autor.
 
Una historia sencilla que fluye dejando asomar continuamente algo de sabiduría humana. Puede parecer ñoño a algunos lectores pero yo no opino así. Al cabo, las certezas y las dudas, los miedos y los anhelos, las contradicciones y las sueños, los amores y los desapegos nos conciernen a todos aunque cada uno de estos sentimientos sean una vulgar repetición desde los primeros tiempos del ser humano. Es un libro del que, de una manera u otra, se aprende; con el que se piensa sobre uno mismo y sobre el mundo y con en el que, al final, sentimos esperanza.
 
   
 

25/6/14

The Great Migration



 
 
The Great Migration, de Jason Edward  Lewis es un poema digital interactivo sobre el viaje, sobre el tener que dejar el hogar. Para que los versos del poema aparezcan el lector debe tocar las partículas en movimiento que aparecen en pantalla. Cada una lleva encapsulada ciertas palabras.
 
Ha sido programado para la plataforma de Apple (Ipad,Iphone, IPod Touch) y puede descargarse desde este enlace.
 
 
 
 

23/6/14

La inusual habilidad de Desiderio Fossarti






Desiderio Fossarti tenía una habilidad inusual que muy pocos individuos poseen. Podía escuchar sonidos de tan baja frecuencia, por debajo de los diez hercios, que era capaz de oír el sonido de los músculos.
La primera vez que Desiderio fue consciente de ello ocurrió con apenas cuatro años cuando, sin atender a nada y a nadie, entró embalado en la cocina con su bicicleta. Era una de aquellas de antaño, sin frenos y sin piñones. Llegó a toda velocidad y tras ir derribando todos los enseres que encontró a su paso, acabó empotrándose contra la mesa donde la comida ya aguardaba servida. Ni que decir tiene que todo terminó por los suelos y la sopa se desparramó por todas las esquinas. Vio llegar a su madre y entonces lo percibió por vez primera. Escuchó el sonido de los músculos de su brazo derecho, el deltoides y el braquiorradial- aun cuando entonces no tenía ni idea de que tales nombres existían-  tensándose a gran velocidad y emitiendo ese sonido tan grave que sólo él podía escuchar. Aquella sinfonía instantánea de frecuencias se combinó a su vez con la que provenía de los aductores y lumbricales de una mano que, por fin, acabó en forma de fuerte colleja en su cabeza.
A partir de aquel día, se acostumbró a escuchar todos los sonidos que los músculos, los suyos y los ajenos, producen cada vez que efectúan un movimiento. Con el tiempo, supo distinguir los unos de los otros. Por ejemplo, el vibrar de los miocitos en el estómago durante la digestión se sentía como un scherzo vivo pero grave. El caminar tranquilo sobre la hierba hacía emitir al sartorio  y al sóleo una especie de andante cadencioso y armónico, agradable; mientras que al correr sobre el asfalto de la ciudad, el sonido era más áspero, como de un corno inglés desafinado. Un brusco giro del cuello hacía que los escalenos se comportaran como un timbal con un golpe seco y redundante. Supo pronto qué sonidos presagiaban violencia y cuales se anteponían a una caricia, cuáles acompañaban la sonrisa y cuáles se unían al insulto.
Al poco de cumplir los dieciocho años, escuchó por primera vez una composición que nunca antes había sentido, un allegro vibrante que provenía de sus propios músculos. Se concentró intentando descubrir cuál era el origen de aquel agradable sonido pero no pudo descubrirlo porque era tan intenso que lo encubría todo, que parecía traspasar su cuerpo entero. Unos meses más tarde fue consciente de que aquello sucedía cuando veía a Begoña y, enseguida, comprendió que estaba enamorado. Luego, aprendió los sensuales sonidos del deseo cuando, con ella en sus brazos en una cama, todos sus músculos actuaban como si de una orquesta filarmónica se tratara. Desistió de intentar explicar, incluso a ella, cómo el enamoramiento armonizaba el cuerpo.
Pasó su vida, así, entre sonidos que nadie más escuchaba y esto le dio ventajas indudables. Supo anteponerse a los contratiempos, se alejó de quienes hubieran sido sus enemigos, fue feliz en su matrimonio y se dejó guiar por sus instintos cada vez que un nuevo sonido, una vibración fresca o un acorde inusual llegaban a su cerebro. Aprendió, como no podía ser de otra manera, solfeo y armonía y ello le ayudó a comprender mejor su propia habilidad y a ser capaz de tomar notas de aquello que escuchaba con un sistema que él mismo creo modificando la notación convencional. Solía enseñarle a Begoña aquellas partituras en la que se veían corcheas y blancas, fusas y negras, con extraños puntos y acordes que resultaban inusitados. Las cinco líneas del papel pautado no se centraban en el “la” convencional sino en una desconocida nota, muchas octavas por abajo, y para ello inventó una clave de “re bemol” que le convino para pintar con mayor facilidad todos los sonidos. Le fueron útiles los signos adicionales de la música, los diminuendos, los crescendos, los sttacatos y las apoyaturas porque, al igual que en las sonatas o en las sinfonías, también los músculos sonaban con sus propias dinámicas.
Una tarde, ya viejo y cano, se sintió desalentado. Escuchó sonidos tan poco habituales que le dijo a Begoña que iba a escribirlos en la partitura para no olvidarlos. Se sentó en su sillón favorito mientras el azul denso y profundo de la noche iba comiéndose a bocados las últimas ráfagas de luz. Se ensimismó en el trabajo, tan novedoso le parecía. Pintó primero corcheas, luego negras, luego blancas y luego redondas porque aquellos sonidos tan nuevos iban ralentizándose a medida que pasaba el tiempo.
Begoña lo encontró como dormido. Su mano derecha colgaba por el lado del sillón y la partitura había caído al suelo. Begoña la tomó y vio que lo último que su marido había escrito era un acorde de do menor con un gran calderón encima y una indicación de diminuendo hasta un pianissimo final.


22/6/14

Dibujos italianos




Italienske tegninger es una instalación interactiva de los daneses Bjørn Laursen, Henning Christiansen, Ates Gürsimsek, Steffen Thorlund y Morten Brandrup ( del ExLab Ruc) que se ha expuesto en la biblioteca de la Universidad de Roskilde o el Instituto Italiano di Cultura de Conpenhague entre otros lugares y que propone un libro interactivo de escala descomunal y atractiva.
 
Los dibujos realizados por Laursen pueden verse en displays tradicionales pero, además, se ha desarrollado un sistema digital tridimensional de 3 x 4 metros - Theater like- en el que esos mismos dibujos se muestran de manera electrónica. El lector puede navegar a través del libro moviendo sus manos para hacer que las páginas pasen. Una cámara detecta los movimientos y ejecuta las acciones correspondientes en las proyecciones que se muestran en las pantallas.





21/6/14

Social Book





Social Book es una plataforma en red de lectura colaborativa y/o social en el que los miembros pueden compartir lecturas, comentarios sobre los libros que en ese momento están leyendo, etc. Igualmente, pueden crear anotaciones al margen y mantener chats paralelos a la propia lectura compartiendo sus opiniones sobre frases, párrafos o la novela completa, pedir opiniones, etc. Permite la interacción entre dos personas cualquiera o bien la creación de grupos de intereses lectores comunes.
 
Social Book maneja ficheros en formato ePub 2 (lo que puede ser una limitación) y, asimismo, puede usarse para traducir uno mismo un texto propio a ese formato y subirlo al sistema.
 
Para registrarse, puede utilizarse este enlace.
 
 
 
 
 
 
 

20/6/14

Books are more than paper





Books are more than paper es un vídeo imaginativo y bien realizado que enfatiza el valor del libro como instrumento intelectual y cultural, más allá del soporte. Creado con la técnica de stop motion por Jakob Deutsch and David Brych en el año 2011.






18/6/14

Senderos del corazón







Tiró del corcho y este salió sin dificultad. Antes de servir, levantó la botella frente a sus ojos, leyó la etiqueta, y palpó el cristal con la mano cerciorándose de que la temperatura era la correcta. Sirvió dos copas y las llevó a la mesa, donde ya esperaban Soraya y un plato de ibéricos.
-        Sauvignon, 2010. Te va a gustar- dijo Laura sonriente. – Me alegro que hayas venido.
-        Sólo por este jamón- Soraya se llevó un pedazo a la boca-, no te vayas a creer que me importas.- le sonrió.
-        La verdad es que tenía ganas de charlar.
-        Para qué están las amigas si no es para poner a caldo a los hombres- contestó la otra.
Levantaron las copas y brindaron por ellas mismas. Saborearon el vino despacio, dilatando el tiempo que lo tuvieron en la boca.
-        Entonces, ¿le has visto? – Soraya le miró a los ojos.
-        Sí, claro.
-        En el fondo lo estabas deseando, ¿no?
-        Sí,… - Laura titubeó- sí, creo que sí. Es todo como un remolino. No quiero comerme la cabeza con ello. Mejor vivir el momento, lo que tenga que ser, será.
-        Un gran amor no se olvida, eso ha sido así desde el inicio de los tiempos. Aunque te niegues a aceptarlo.
-       No, no es eso. Es un gran recuerdo, una eterna amistad, memorias compartidas, qué sé yo qué es. José es un gran tío….pero no es amor lo que siento ahora. Se me pasó hace mucho.
-        Ya… - Soraya colocó una viruta de jamón sobre un pedazo de pan y habló mientras comía- … como a mí se me pasó lo de Enrique… ¿a quién vamos a engañar, Laura, a quién vamos a engañar?
-        No, en serio. Yo ya sé cuándo estoy enamorada y ahora no lo estoy. De nadie.
-        ¿Tampoco de Fernando?
-       Tampoco. Le quiero mucho, es un hombre estupendo, me cuida, se desvive por mí y yo se lo agradezco en el alma. Me siento bien a su lado pero le veo más como un amigo muy cercano que otra cosa.
-        Con derecho a roce, quieres decir.
-        Llámalo como quieras. Pero no me vuelvo loca por verle o cuando le veo. No haría locuras por él.
-        Como te ocurría con José, quieres decir.
-       Sí, como me ocurría con José. ¿Sabes? Echo de menos aquellos sentimientos, aquel temblor al pensar en él, aquella necesidad física, que me salía del estómago, de besarle y abrazarle.
-       Pues si lo echas de menos, es que algún sentimiento quedará todavía por ahí, ¿no?- Soraya bebió un sorbo de vino.
-        Yo qué sé. Creo que no. Creo que no.
-        ¿No será que no quieres hacer daño a Fernando?
-       La verdad es que estaría más tranquila si me quisiera menos. Fernando me ama con todo su ser, con la ingenuidad del que cree en el amor eterno, todas esas chorradas románticas que a él tanto le gustan. Tendría que haber nacido hace doscientos años. Me siento mal cuando me pide, con esos ojos de besugo que pone, más amor y yo no puedo dárselo porque, simplemente, no lo siento. Sería peor todavía engañarle, decirle que le amo como él me ama a mí ¿no? Joder, con los hombres. Si te quieren hasta dar la vida por ti, resultan poco interesantes y los que te vuelven del revés el sentido, son unos canallas. Tendría que ser posible mezclar lo mejor de todos. La magia y el hechizo de uno  - pensó en alguien, pero no lo dijo- y la rendición y devoción del otro- volvió a pensar en alguien.
-       Pues tú eres de las que te ha tocado el gordo dos veces. Dos tíos estupendos besando el suelo que pisas. No sé qué les das, tía.
Laura sonrió y bajó la vista, como si necesitara unos segundos para pensar en lo que su amiga le había dicho porque sabía que era afortunada.
-       No quiero atarme a nadie. ¿Tan rara soy? – fue Laura quién ahora acercó la copa a sus labios.
-        Rarita, sí que eres – Soraya sonrió y le dio un golpecito en el hombro a su amiga- pero, decidas lo que decidas, lo importante es que tú te sientas bien contigo misma.
-        Ya, pero no es fácil cuando tu corazón quiere estar un día en un lado y otro día en otro, y los más en ninguna parte, cuando ni yo me aclaro de qué es lo que quiero.
-        ¿Y eso?
-        Estos días que he estado con José, había un instinto, un algo incontrolado que me salía de las entrañas por volver a intentarlo, por recuperar el tiempo perdido, por rehacer el camino ahora que sé dónde están las piedras para no tropezar en ellas otras vez. Y, a la vez, la determinación de no hacerlo y de saber que no quiero más compromisos, que es hora de vivir mi vida sin dar cuentas a nadie.
-        ¿Y él?
-       Dice que siente lo mismo que antes, que nada ha cambiado. Si yo doy un paso, no pasará un segundo hasta que volvamos a empezar. Me ha llamado un par de veces estos días.
-        ¿Entonces, a qué esperas?
-       Que no quiero Soraya, que no quiero. Que no me quiero recluir. Que no estoy enamorada, que sé que sólo es afecto y amistad, ganas de disfrutar de buenos ratos, no de una vida de rutina. Que sé que tropezamos siempre en la misma piedra, una vez y otra. Y, además, no quiere hacer daño a Fernando. Es más de lo mismo. Estoy a gusto con él, es un refugio para mí, para cuando necesito algo, para sentirme protegida, para cuando tengo que contar mis cuitas, es mi confidente… pero no quiero atarme, depender de él o que él dependa de mí, no quiero tener que preocuparme porque él esté bien ni que él tenga que hacerlo por mí.
-        Pues lo tienes jodido porque esa es la historia de todas las historias de pareja de todos los tiempos.
-        Pues no es lo que quiero. Me ha costado mucho sentirme libre.
-        ¿De verdad te sientes libre?
-        ¿Por qué preguntas eso?
-        Porque hagas lo que hagas, harás daño a alguien, ¿no? No sé yo si uno puede disfrutar de la libertad en esas circunstancias.
-        El daño ya lo he hecho. Me siento culpable por José. Aún le duele mucho. Y, a Fernando también le duele en el alma que sólo pueda verle sólo como a un amigo muy, muy especial. ¡Qué dos! Si de ellos dependiera, me tendría que casar ya con uno u otro.
-        ¿Al menos, sabes qué quieres?
-        Seguir los senderos de mi corazón, vivir mi vida sin dejar heridos en el camino. Aunque no sé si eso es posible.
Soraya se levantó y tomó la botella de la cubitera. Secó el fondo con la servilleta y llenó ambas copas hasta la mitad.
-        Hoy vamos a salir a divertirnos. A ver si dejas de pensar en ambos, o en él, o en el otro, o en lo que demonios pienses.
-        ¿Cenita y gin tónic?
-        Of course girl- Soraya lo dijo con pronunciación española.
Salieron a la calle. La noche, casi de verano, era cálida y la luna se acostaba gibosa sobre los tejados del barrio. Caminaron despacio. Al doblar la esquina, Soraya agarró el brazo de su amiga y, deteniéndose, le preguntó:
-        ¿Una cosa, Laura?
-        ¿Qué?
-       ¿Qué se siente teniendo dos hombres locamente enamorados de una y no estar enamorada de ninguno de los dos?
-        Que, a lo mejor, me estoy mintiendo a mí misma.
 
 


17/6/14

Unhelmeted





Unhelmeted, de la australiana Diane Caney es un poemario hipertextual ya antiguo (fue creado hace 15 años) y que por tanto adolece de las limitaciones técnicas que los ordenadores presentaban en aquella época. A pesar de ello, con los escasos recursos existentes, Caney crea un juego de imágenes, textos y enlaces que tiene su interés y que permite explorar muchas perspectivas de un texto. Exprime en profundidad las posibilidades de unos HTML y JavaScript primitivos que permitían pocas florituras expresivas.
 








16/6/14

Electronic Literature Organization Conference





Como ya se anunció hace unos meses, esta semana se celebra en Milwaukee la edición correspondiente al año 2014 de la Conferencia de la ELO. Bajo el lema de Hold the Light: Identity, Change, Commitment, se mostrarán cincuenta nuevos trabajos de literatura digital. Los paneles y talleres se clasifican según los siguientes apartados:
 
 - "Models of Narrative"
 - "Troubadours of Information"
 - Writing and Riding the Net"
 - Philosophical Approaches"
 - "Literary Games"; a "Developing for New Platforms"
 
La conferencia tendrá lugar en la University of Wisconsin-Milwaukee y será dirigida por Stuart Moulthrop. 



15/6/14

ACL 2014




Del 22 al 27 de junio se celebra en Baltimore, Estados Unidos, el ACL2014 o The 52nd Annual Meeting of the Association for Computational Linguistics que profundizará en los últimos avances en lingüística computacional.
 
Las conferencias tendrán lugar entre el 22 y el 25, mientras que los talleres se celebrarán los días 26 y 27. Las áreas de trabajo son:
 
  • Fonología
  • Morfología
  • Segmentación de frases
  • Tagging
  • Chunking
  • Parsing
  • Generación de texto
  • Machine learning
  • Traducción automática
  • Recuperación de información
  • Búsqueda semántica
  • Respuestas inteligentes
  • Comprensión del lenguaje y el diálogo
  • Procesado de sentimientos
  • Lenguaje en redes sociales.
 
 


13/6/14

Pintando textos





¿Qué color tiene un texto?
Pintando textos es un juego digital, un experimento que tiene más de visual que de literario aun cuando está basado en la escritura. Su objetivo es convertir un texto en un cuadro puntillista de colores, asignando a cada letra de aquel un color determinado. Así, El Quijote se vería como:


Dado que sólo existen 256 caracteres ASCII y aproximadamente, sólo 130 de ellos se usan habitualmente en un libro (letras mayúsculas, minúsculas, espacios, signos de puntuación), y que la pantalla de un ordenador permite visualizar más de dieciséis millones y medio de colores es preciso "mapear" tan enorme gama cromática a tan escasa variedad de signos lingüísticos. La aplicación permite que el usuario seleccione en qué punto del arco iris se comienza y con cuántos colores desea trabajar. La selección es posible con el código decimal del color, con valores entre 1 y 16.000.000.
Dado que el ojo humano difícilmente aprecia las variaciones entre dos colores muy cercanos (digamos, un verde con valor de color RGB 118-207-91 (HEX 76-CF-B5=> en decimal, 7786331)y otro verde RGB 108-207-78, (HEX 6C-CF-4C => en decimal, 7130956) se sugiere elegir rangos de colores a ser usados amplios, es decir no valores de, por ejemplo, 123.000 sino de 3.200.000.
El texto a analizar puede ser escrito directamente en la pantalla o pegado desde otro lugar. También, si no se nos ocurre nada, hay cuatro ejemplos predeterminados para explorar.


La carta que Cristóbal Colón envió a los Reyes Católicos tras descubrir América, se ve así en función de las elecciones de gamas cromáticas:




Se observan filamentos y estructuras que recuerdan a las imágenes de concentración de materia en el Universo temprano:



La célebre rima 23 de Bécquer (la de "Por una mirada, un mundo..."), se ve así:


Está programado en Flash CS5 por lo que debe ejecutarse en plataformas que permitan Flash (o sea, no en el Ipad por ejemplo)

Comparando idiomas:  a la izquierda, un soneto de Shakespeare ("Unthrifty loveliness, why dost thou spend ..."). A la derecha uno de Lope de Vega ("Un soneto me manda hacer Violante..."). El dibujo cromático del inglés es más uniforme que el del castellano, que condensa más islas de color y colores oscuros a la izquierda.





12/6/14

Digitial and Interactive Writing Workshop




El próximo domingo día 15 se celebra en el Irish Writer's Center de Dublín, un curso sobre literatura experimental, interactiva y digital, dirigido por Dave Lordan y Charlene Putney. El título del taller, que durará todo el día, es Interactive fiction: experimenting with the digital future.
 
Putney es escritora de hipertextos y guiará a los participantes sobre el proceso creativo de historias de ficción hipertextuales en base a su propia experiencia. Se hará énfasis en crear historias que van desarrollándose de diversa manera en función de la interacción con el lector. Los participantes deben llevar su propio laptop en el que deberán descargarse una serie de herramientas de software para crear historias digitales.
 
Paralelamente, Dave Lordan impartirá un taller titulado
Cyclops en donde explicará las técnicas usadas por Joyce en su Ulises.
 
 El primer taller cuesta 40€ y el segundo 30€. Para inscribirse puede accederse a este enlace.
 
 

Willow Pattern




Willow Pattern fue una experiencia de escritura colaborativa en red, un proyecto de i:book's en el que los diversos participantes expandían y modificaban unas semillas narrativas hasta convertirlas en historias muy desarrolladas, muy fragmentadas y con muchas ramificaciones. Una experiencia llevada a cabo en el año 2012, que duró 24 horas y que creó numerosas tramas interconectadas entre sí de manera compleja.
 
Posteriormente, todo ese material se puso a disposición de las personas interesadas en una base de datos con el que se hicieron análisis interesantes.
 
Ahora, se presenta la versión impresa de todo lo que se escribió en aquellas 24 horas, una impresionante colección de 1700 páginas y 28 volúmenes, que reproducen cada versión de cada historia creadas durante la experiencia. El lector debe esperar un galimatías estructurado por orden cronológico, no por hilo narrativo.

Existe una versión depurada - extrayendo las mejores líneas argumentables - en forma de libro convencional más fácilmente legible
 



 
 







11/6/14

La radio






Aurelio firmó el recibo con emoción, procurando que el repartidor de DHL no se percatara de ello. Habían sido muchos los años esperando aquel momento y su corazón palpitaba con urgencia. Estaba seguro que aquello no debía ser bueno para su arritmia y su hipertensión pero, qué diablos, ni podía ni quería tranquilizarse.
Cerró la puerta tras de sí y, llevando el paquete tan cuidadosamente como si de una hostia consagrada se tratara, se dirigió al tallercito que tenía el sótano, su refugio secreto. Recorrió el pasillo con cierta dificultad, - cosas de la artritis - , y miró con ternura la fotografía de Carmen que colgaba en la pared.
-        Tantos años, ya – pensó.
Se habían mudado al barrio ahora hacía doce años, cuando él se jubiló y sus dos hijos marcharon a trabajar al  extranjero. No necesitaban ya una casa grande, de modo que vendieron la que tenían en el centro y compraron otra más chiquita en las afueras mientras, además, ahorraban algún dinero para poder viajar y disfrutar de la jubilación. Un sueño imposible porque un cáncer traicionero atrapó a Carmen sólo unos meses después.
Durante casi un año, Aurelio se sumió en una profunda tristeza. Es difícil enfrentar una vida en solitario cuando uno ha recorrido el camino de la mano de una mujer fuerte e inteligente, amada y deseada. Sus hijos le decían que era ley de vida, que debía sobreponerse y disfrutar de la vida, que es lo que su madre hubiera querido que hiciera, que todavía era muy joven y capaz de hacer muchas cosas. Él los había dejado hablar, sin discutir mucho, prometiéndoles que se apuntaría al club de jubilados de la ciudad, que asistiría a conferencias y conocería gente nueva, incluso que haría alguna excursión a la playa. Nunca tuvo intención de hacerlo, nunca lo hizo. Rumió su pena y su desconsuelo, se enfadó con Dios, le llamó de todo y se dedicó a cuidar de la casa a medida que la edad iba oxidando su cuerpo y el edificio.
Bajó las escaleras del sótano con cuidado. No era cosa de tropezar y romperse la cadera, ahora que estaba cerca de conseguir lo que tanto había ansiado durante años. Se agarró con fuerza a la baranda del lado mientras con su otra mano se aseguraba  que el paquete que le acababan de entregar no se le escapaba.
La idea se le había ocurrido a los cuatro o cinco años del fallecimiento de Carmen. La herida seguía fresca, es más él se encargaba de abrirla en canal cuando notaba que el tiempo anestesiaba el dolor. No quería olvidar, no quería consuelo. Sus hijos, para entonces, ya le habían dejado por imposible tras muchas disputas. Sí, le llamaban a menudo y le visitaban un par de veces o tres al año pero ya no intentaban convencerle de que se fuera de vacaciones a Benidorm ni de que perdiera el tiempo leyendo el periódico en el club. Mejor, se lo leía en casa y pasaba su tiempo arreglando cachivaches. Y, entre idas y venidas al tallercito, un día se fijó en la vieja radio. Fue entonces cuando, como esa chispa que en ocasiones alumbra a los inventores afamados, le llegó la inspiración.
Encendió la luz que, tras parpadear, iluminó el sótano. Era amplio y Aurelio lo había adecentado como taller. Siempre había sido un manitas y le habían gustado todo tipo de manualidades. Cuando era joven, arreglaba motores de motocicletas y relojes de péndulo que sus vecinos le traían a casa y por cuyas reparaciones cobraba una pequeña cantidad.  Con el tiempo, fue ampliando sus habilidades y tan pronto componía lavadoras como molinillos de café, juguetes o bicicletas. Al mismo tiempo, su taller se había ido llenando de herramientas y trastos que, ante la desesperación de Carmen, había ocupado parte de la vivienda. Cuando se mudaron, Aurelio se había asegurado que la nueva casa tuviese también un espacioso lugar donde proseguir su afición.
Se sentó junto a la mesa y colocó el paquete sobre ella. Tomó las tijeras y cortó con cuidado la cinta plástica que cerraba el envoltorio. Le temblaron las manos al abrir la caja. Mucho tiempo esperándolo y, ahora, si no funcionaba, todo se vendría al traste. Se detuvo un instante y a su mente volvieron a asomarse las memorias de cómo había llegado hasta aquel momento.
Cuando había visto la radio sobre el anaquel, aquel día, un torrente de recuerdos le vinieron a la mente. Era una de esas radios antiguas, de los años cincuenta. Había sido un regalo de todos sus amigos cuando se casaron y se trató de un presente valiosísimo porque, en aquellos tiempos de penuria, comprar aquel aparato no les fue sencillo incluso sumando el dinero de toda la cuadrilla. Les había acompañado durante muchísimos años, quizá hasta los años setenta cuando los nuevos chismes electrónicos, diminutos y en los que se escuchaban seis mil emisoras con total nitidez, se impusieron en las tiendas.  
Siempre le había gustado esa radio, con sus dos botones grandotes en el frente, uno para el volumen y otro para sintonizar las emisoras, su carcasa de madera curvada y bien acabada, su altavoz protegido por una malla de tela y unos botones para seleccionar el canal que costaba un triunfo apretar de lo duros que estaban. Cuando se conectaba, su interior cobraba vida, se iluminaba como si una magia misteriosa poseyera al aparato. Luego, tras unos segundos de calentamiento acompañados por quejidos sonoros, se escuchaba al locutor o alguna canción de Conchita Piquer. Con aquel chisme habían escuchado, Carmen y él, la noticia del asesinato de Kennedy,  el bip bip del Sputnik dando vueltas a la tierra,  a los curas discutiendo si Juan XXIII era una santo o un demonio, la llegada a la luna, los anuncios de estado de excepción que de tanto en cuanto Franco imponía, a la Señora Francis o el serial Simplemente María que Carmen no perdonaba cada tarde.
El día que la redescubrió oculta tras otros trastos, la bajó con cuidado y la limpió. La enchufó y pulsó los botones pero el aparato permaneció mudo.  La iba a devolver a la estantería para que volviera a acumular polvo cuando tuvo la idea.
¿Sería posible?
Sabía que era una idea loca, absurda. Él no sabía nada de electrónica ni se imaginaba cómo funcionaban las radios. Tan sólo conocía lo básico, que unos micrófonos captaban los sonidos, los convertían en ondas de radio que se mandaban a una antena y que, volando por el aire, llegaban hasta el receptor donde un altavoz los volvía a convertir en sonidos.
Sí, era absurdo pero debía poderse hacer. Si las ondas de radio viajaban por el aire es que estaban en el aire. Si estaban en el aire, podrían recuperarse de algún modo. Y si esto podía hacerse, entonces…
Intentó encontrar algún taller que reparara radios de época pero no lo encontró. Su amigo Serafín le aseguro que esas cosas sólo las había en América o en Alemania pero que aquí sería imposible del todo hallar reparadores de radios tan antiguas. Miró en la prensa y en las páginas amarillas. A uno de sus hijos le confesó su intención de arreglar el aparato .
-        Te compro una radio mañana mismo. Mucho mejor, más pequeña, más potente… ¿Para qué quieres ese muerto? – le había contestado con cierta sorna. – Tendrías que salir más y modernizarte.
Durante semanas miró con asombro las tripas que se escondían tras la carcasa. Había desmontado con cuidado la cubierta trasera y se había dedicado a observar cómo se encendían y apagaban unas extrañas bombillas alargadas, había experimentado el calambrazo desagradable al tocar unos devanados de cobre y había comprendido qué conectaban y desconectaban aquellos botones del frente. Pero estaba lejos de entender algo más y una tarde que llovía a cántaros y en la que él miraba los juegos de luces de las lámparas del aparato, decidió que lo primero era estudiar sobre radios. Descartó enseguida ir a la universidad. Demasiado viejo, demasiado caro.
Durante un par de años leyó y leyó sobre radios antiguas. No encontró gran cosa en la biblioteca pública de la ciudad.
-        Mire usted en Google - le había aconsejado la bibliotecaria.
-        ¿Y eso qué es?- había contestado él.
Lo supo pronto y, tras unas nociones básicas que aprendió en una jornada en el club de jubilados, pidió turno para usar los ordenadores en la sala. Pero no era lo suyo. Sus dedos eran ya muy torpes para teclear, los adolescentes que ocupaban los puestos de al lado, le hacían bromas y su vista- en la que tanto presbicia como astigmatismo campaban a sus anchas- se cansaba enseguida ante la pantalla.
Así que logró convencer al bedel de la universidad – conocido, suyo- para que le dejara entrar en la biblioteca de la misma y allí sí que encontró mil volúmenes sobre radio y electrónica, muchos lo suficientemente antiguos como para encontrar información.
Abrió la caja y vio el triodo. Se preguntó si funcionaría o le habrían engañado. En apariencia, estaba en perfecto estado. El cristal de la ampolla relucía y estaba bien transparente, señal de que su interior no contenía humedad. Las rejillas metálicas y los cableados internos estaban intactos y no se percibía ninguna pieza rota. Las patillas de conexión, finas y largas, no tenían dobleces y auguraban que la válvula encajaría a la primera en el zócalo. La parte superior, plateada y con forma de cúpula de minarete apuntaba al cielo.
Tomó la válvula y la elevó para mirarla al trasluz. No entendió el sistema interior, todos aquellos hilillos de cobre finamente conectados, pero le gustó lo que vio, como si fuera el preámbulo del acto mágico que llevaba buscando tanto tiempo. Luego, comparó su disposición con el dibujo y con la pieza  original, convenciéndose de que eran del mismo tipo. Por fin, verificó el modelo: 12AX7. Bien, iba por el buen camino. Habían sido ciento sesenta euros, toda una fortuna para él, pero merecía la pena.
Volvió a colocar la lámpara en la caja y se levantó para traer la radio hasta la mesa.
Le llevó muchos meses entender sólo lo básico de la radiodifusión y varios años comprender lo fundamental de las válvulas que hacían funcionar el dispositivo. Por supuesto, no era capaz de saber qué hacía cada parte o diseñar un circuito, comprender la física de las válvulas o decidir por qué estaban conectadas de aquella manera. Pasó muchas tardes escudriñando el interior y, por fin, una mañana dedujo que el problema debía estar en una lámpara particular de entre todas aquellas. Mientras que las demás se encendían permanentemente o alternativamente con fuerza, aquella permanecía siempre con una luz tenue y fija, adormecida. Sí, tenía que ser aquella válvula la que estaba fallando. Por alguna razón, la corriente no fluía por ella con la intensidad requerida y, aunque alumbraba y algo debía hacer, constituía un bloqueo para el resto del circuito. Aquella misma mañana la había extraído con cuidado, limpiado y estudiado con fruición. Como temía romperla si la trasladaba de aquí para allá, hizo un dibujo muy detallado de la misma, desde varios ángulos. Con aquel gráfico había pasado varios años intentado averiguar qué tipo de válvula era y de qué modelo se trataba.
-        ¿Qué haces siempre con ese trasto? – le preguntaban su hijos cuando le visitaban.
-        Arreglarlo, quiero arreglarlo- contestaba él, sin dar más explicaciones.
-        Pero ahora tienes muchas radios y muy baratas en cualquier centro comercial.
-        Ya, pero en ellas no podría escuchar lo que quiero oír con esta – contestaba Aurelio y sus hijos no le comprendían.
Trajo la radio hasta la mesa y, una vez más, como tantas en los últimos años, desatornilló la tapa y limpió con una pera de aire el bastidor de la electrónica. Tomó la válvula que recién había recibido y la aproximó al zócalo que permanecía vacío.
Había necesitado muchos meses averiguar dónde podía comprar una lámpara como la que precisaba. Su amigo Serafín estaba equivocado y ni siquiera en América o en Alemania las vendían. La responsable de la biblioteca de la universidad que, para entonces, ya tenía gran amistad con él y que se manejaba muy bien en Internet, le localizó una empresa en Rusia que aún las fabricaba. Era un contratiempo. Él hablaba sólo castellano y no tenía ni remota idea de cómo contactar con aquella empresa en los confines del mundo.
Tomó la válvula y, muy despacio, la introdujo en el soporte. Encajó con suavidad y esto le reconfortó. Parecía ser efectivamente del mismo modelo. Su sueño estaba a punto de hacerse realidad. Giró el aparato y, temblando, apretó el botón de encendido. El interior de la radio se iluminó y se escuchó un pitido agudo. Giró el dial poco a poco.
La solución le había llegado gracias a un conocido de su padre, un tal Felipe que había hecho la guerra con él y que, tras la derrota, se expatrió en Rusia con su familia. Su hijo, llamado Juan, había regresado a España y le había visitado al poco porque su padre le había contado de los avatares y amistad que compartían ambos progenitores en el campo de batalla. No se habían hecho amigos como lo habían sido sus padres pero mantenían el contacto. Cuando se acordó de Juan supo que tenía la solución. Aquel hombre hablaba ruso a la perfección.
Cuando el dial llegó a un tercio de su recorrido, de súbito, una voz inundó la estancia. Eran las noticias. La radio volvía a funcionar. Se sintió satisfecho y, sonriendo, con una sonrisa tonta que no podía controlar, estuvo casi una hora jugueteando con los botones, escuchando canales que no entendía en onda larga, disfrutando de aquel sonido pobre, lleno de ecos e interferencias, nada parecido al sonido pulcro y estéreo de las radios actuales. Pero, precisamente, era aquello lo que había estado buscando.
Subió a cenar algo y se detuvo frente al retrato de Carmen. Aún sonreía y pensó que ella también lo hacía.
-        Ahora volveremos a escuchar todo lo que escuchábamos juntos- le dijo.
El retrato permaneció estático pero Aurelio vio que los labios de ellas se movían ligeramente sobre el lienzo y escuchó su voz.
-        Eso no puede ser, la radios sólo reciben lo que se emite en ese instante- creyó que le decía la pintura.
-        No, no- contestó él-, lo que oímos juntos debe estar en el aire, perdido en algún lugar, sólo falta encontrarlo. Las radios modernas no saben cómo recibir los sonidos viejos, al igual que los jóvenes no entienden a los mayores. Es ley de vida. Por eso la he arreglado.
Aurelio baja cada tarde al sótano. Pasa muchas horas girando el dial y probando a recibir aquellos sonidos que él recuerda. Está convencido de que lo lograra y, para cuando lo consiga, ha colocado el retrato de Carmen junto a la radio para que no se lo pierda.