28/4/13

El certamen literario






El jurado del IX Premio internacional de novela histórica “Marqués de Ocampo” fue unánime al elegir “Axte, el héroe de Sagunto” como la mejor obra presentada al concurso. Varios jueces destacaron el detalle, a veces lírico, a veces minucioso, con que el autor describía los escenarios donde la trama de batallas y amoríos tristes se desarrollaba. Se valoró sobremanera el profundo análisis sicológico de los personajes, en especial de la esclava Balia y del centurión romano Aureliano. Todos coincidieron en que el lector no podía dejar de leer, arrastrado por la historia y por los bien elegidos cortes en cada capítulo que incitaban a continuar y finalizar el libro en una noche. Destacaron que, a pesar de ser un volumen de más de mil páginas, no aburría en absoluto y la tensión narrativa se mantenía en todo momento. Eran cuarenta mil euros de premio y se habían presentado más de doscientos aspirantes procedentes de todo el mundo. Las notas de prensa ya se habían enviado a todos los medios para que se diera la noticia del título de la obra ganadora y se anunciara que la apertura de plicas iba a ser a las siete de la tarde.
Los problemas comenzaron precisamente a las siete y diez, cuando el presidente del jurado salió a la tribuna del Ateneo “Marqués de Ocampo” para dar lectura al acta. Con una amplia sonrisa de satisfacción dio las gracias a todos los participantes y alabó el muy alto nivel- digno de las más elevadas cotas artísticas de las letras hispanas, afirmó- de todos los trabajos. Tras dar cuenta de los finalistas, pasó a comentar brevemente el entusiasmo que todos los miembros del jurado habían mostrado ante la calidad – que se engarzaba en las raíces de nuestros grandes clásicos, dijo- por la obra ganadora. La novela estaba firmada con seudónimo. En el sobre, escrito a bolígrafo pero con letra clara y elegante, se leía sólo “Pedro”. El presidente, Sr. Almenar, recordando quizá las galas de los Óscar, tomó el sobre que contenía el auténtico nombre del ganador, lo abrió muy lentamente mientras miraba al público sonriendo y extrajo el papel. Se colocó las gafas alargando el suspense y dijo:
-        Y el ganador es..... es.... perdón...
Un rumor de voces y susurros se extendió por la sala cuando Almenar no acabó la frase y buscó con la mirada al secretario. Empalideció y el otro corrió a su lado.
-        ¿Qué broma es esta?- le dijo bajito, colocándose la mano delante de los labios- un gesto que había visto hacer a los futbolistas en la tele- para que nadie pudiera intuir qué decía.
En el papel que se encontraba dentro del sobre sólo ponía “Abonen el premio a la cuenta 1098 3450 002 004 del Banco Interamericano”.
-        No sé, nunca nos ha pasado esto- contestó el secretario quién tomo la nota y salió con ella hacia la oficina.
Los asistentes comenzaron a inquietarse y, vista la reacción de las personas que estaban en el estrado, comenzaron a sospechar que algo extraño ocurría, más allá de la primera idea sobre que el nombre no se leía bien o que se trataba de algún escritor de mucho prestigio.
-        Será Carlos Manterola- decía un periodista- seguro que es él.
-        ¡Qué va!, replicaba otro, se ha quedado blanco y eso significa que ponía Antonio Méndez. Ya sabes que tuvo una trifulca con el Ateneo hace años y no les habrá gustado nada dárselo a él. Seguro que es Méndez.
-        Puede ser, sí. Y ahora harán algún trapicheo para evitar concederle los cuarenta mil.
 
Mientras el secretario intentaba buscar, entre la correspondencia recibida, algún dato más, algún otro sobre en que aparecieran los datos del escritor, la hipótesis sobre Méndez fue cogiendo fuerzas. Ya se sabe cómo son estas cosas, se empieza con una frase anodina y se acaba con una certeza tan infalible como un axioma propuesto por el Santo Padre. El presidente del jurado acudió al despacho para intentar ayudar.
-        ¿Pero, qué pasa, qué coño pasa?
-        El sobre con los datos se habrá traspapelado. Este hombre mandaría dos, uno con sus datos y otro con la cuenta del banco. No sé... hay tantos que mirar.
-        ¡Vamos a ser el hazmerreír de toda la ciudad!
-        Mejor salga afuera y diga cualquier cosa.
-        ¿Y qué digo?
-        Yo qué sé, que se ha emborronado el nombre, que está escrito a tinta y se ha corrido, lo que le dé la gana pero consiga tiempo.
El presidente apareció de nuevo en el estrado pero apenas pudo decir nada porque en seguida comenzaron las preguntas.
-        ¿Es cierto que no le quieren premiar a Méndez? – gritó uno.
-        ¿Qué opina usted del amañamiento de concursos?- alzó la voz un periodista alto y enjuto que portaba una cámara réflex.
-        ¿Nos puede contar cuáles son las desavenencias con Méndez? – apostilló otro.
Para mayor fatalidad, la nota de prensa ya estaba en todos los websites literarios y algunos de los asistentes tuiteaban sobre el tongo que creían estar presenciando en directo. De hecho, en un par de horas, el asunto llegó a ser trending topic y un rumor sobre premios amañados apareció en varias agencias de noticias internacionales.
El evento se suspendió y la noticia del fiasco apareció al día siguiente en todos los principales diarios. Dio también para jocosos comentarios en los programas de humor de todos los canales de televisión y hubo imitaciones de Almenar realmente notables y bien conseguidas. Méndez, muy caballeroso, - así lo reflejaron todas las fuentes- no hizo leña del árbol caído y se abstuvo de comentar nada, aunque un familiar señaló que era ajeno a la polémica porque se encontraba de viaje en Canadá y era razonable que no se hubiese enterado de nada.
La junta del Ateneo se reunió en secreto con el jurado para dilucidar qué hacer ante tan inusitada situación. Todos estuvieron de acuerdo en que la mejor solución, la obvia, era dar por suspendido el premio o declararlo desierto y echar tierra rápidamente sobre el asunto. Decidieron la segunda opción y redactaron un comunicado en tal sentido.
No llegaron a publicarlo ya que, para entonces, los tertulianos y analistas del corazón ya habían asegurado que sería un gran despropósito declarar el premio desierto cuando unas horas antes habían loado la valía de la novela, su elevadísimo nivel literario y que, de facto, existía un original que podía publicarse. No había ninguna norma en las bases del concurso que obligara al escritor a darse a conocer y “Axte, el héroe de Sagunto” podía editarse indicando como autor el nombre de Pedro, el seudónimo recibido. Peor para él, indicaban los expertos, porque no cobrará derechos de autor.
Tras unos días, la dirección del Ateneo decidió dar carpetazo al asunto. Toda aquella publicidad no era bienvenida. Abonaron los cuarenta mil en la cuenta, lo dieron a conocer a la prensa como “indicador evidente de la buena fe del Ateneo y la transparencia del certamen” y mandaron la novela a la imprenta registrándola a nombre propio aunque decidieron, como arma de morbosa publicidad, incluir en portada una leyenda “del anónimo Pedro”. El libro se vendió bien, sobre todo al principio cuando aún estaba caliente el escándalo, y tras unos meses ya nadie se acordaba del episodio. Los socios del Ateneo volvieron a su rutina y las conferencias sobre política y medicina, que eran las materias que más interesaban a los ya cada vez mayores miembros del club, prosiguieron cada miércoles a las siete con normalidad. Se sustituyó al secretario, cuya poca meticulosidad en el manejo de la documentación había propiciado todo aquel entuerto, y se olvidó todo.
-        Aquí tiene, este es el recibo de la transferencia. Debe firmarme aquí- sonrió la señora de la ventanilla.
-        Gracias, ... ¿entonces, esta cuenta queda también cancelada, verdad?- firmó mientras hablaba.
-        Sí, no se preocupe, Sr. Méndez. Está cancelada y los cuarenta mil euros transferidos a su cuenta habitual.
 
 

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