15/2/08

Un enfado



No me acuerdo ni remotamente de cuál fue el motivo. Sería una nimiedad, eso seguro. El caso es que nos enojamos por alguna causa. Si es que a aquello se le podía llamar regañarse. Habíamos quedado, ya el día anterior, a las tres de la tarde en el lugar en que siempre nos veíamos. Y por aquella tontería que ya ni recuerdo, no hablamos por la mañana. Qué larga se me hizo sin tus buenos días.

Llegué pronto y aparqué. No quería reconocerlo pero tenía miedo. Pavor a que realmente estuvieses enfadada y no vinieras. Sentía esa angustia en el estómago que uno nota cuando está inquieto por el temor y la angustia de la incertidumbre. Era otoño, creo recordar, pero el sol del mediodía y un cielo azul y límpido calentaban con fuerza. Abrí la ventanilla justo cuando apareció tu coche. Te miré y me miraste. Me sonreíste con esa mirada alegre, tierna, celestial que tenías. No hizo falta más. Mi inquietud cesó instantáneamente. Mi corazón siguió alborotado pero no del pánico a perderte sino del ansia de besarte.

Luego, te conté que había temido que no vinieras.

- Serás tonto- me contestaste.

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