15/2/08

Amaneceres

Hoy, al amanecer, la niebla se arrastraba perezosa por entre el valle, trazando manchones blanquecinos que se abrazaban a los olivares y los caminos por donde tantos días anduvimos. El cielo aún estaba despertando de una noche fría y perlitas de rocío brillaban sobre los arbustos. He recordado aquellas otras mañanas, cuando deseaba que el despertador sonara lo antes posible para poder darte los buenos días y acompañarte al trabajo. Eran días como el de hoy, con nubes de algodón que nos envolvían en cualquier recodo del camino y protegían nuestros besos de los curiosos.

Resulta increíble cómo pequeños hechos, como la niebla de nácar y los olivos de ramas abiertas al cielo, regeneran recuerdos que parecían perdidos para siempre. He sentido, súbitamente, sin esperarlo, nuevamente el tacto de tu brazo, el sabor de tus labios, el aire fresco que nos envolvía cuando salía del coche para despedirte, todo tan real y cercano que parecías estar conmigo. Como si un hechizo hurgara en mi memoria hasta reencontrar aquellos días en que la vida era buena. He creído ver de nuevo cómo el sol, que apenas nacía sobre el horizonte, se filtraba por entre tus cabellos y los ensortijaba con chispitas de luz y pequeños arco iris. Y he escuchado tu voz que añoro tanto. Y tu risa. Tu risa de arpa y celesta, de ternura envolvente.

En mañanas como la de hoy, cuando la niebla se despereza sobre los campos que hollé junto a ti, te busco intensamente y, de pronto, me abruma el comprender que ya no estás.


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