29/1/07

¿Invasión? - Capítulo 4


Había transcurrido una semana desde que Simón Santos empezase a trabajar en el ISP y por sus manos habían pasado muchos sobres dirigidos a famosos personajes políticos de muchos países. A partir de la creación del centro de control de Calar Alto, la intensificación del tráfico de correspondencia a través de la oficina de San Sebastián había sido enorme.

Dado que la central de Barcelona se hallaba ya bastante saturada antes de los sucesos que atemorizaban al mundo, todo el correo especial se había canalizado a través de la oficina de Simón. Ya no eran aquellas misivas sin gran importancia de los primeros días de trabajo. Ahora, Simón Santos y Martín Bledia revisaban verdaderos informes secretos que, en cierta medida, les impresionaban bastante.

Durante toda la semana, las noticias de la posible invasión habían marcado el ritmo mundial. La reunión extraordinaria de las Naciones Unidas había decidido, casi unánimemente, prepararse con todos los medios posibles para la lucha. La opinión pública no era homogénea pero, en general, la gente se sentía embargada por una mezcla de temor y fervor bélico. Algunos veían la ocasión propicia para hermanar a todas las naciones; otros alimentaban sus propios instintos de grandeza en una humanidad a la que ya veían poderosa, vencedora y conquistadora; otros, por fin, encontraban un caldo de cultivo perfecto para sus negocios y les preocupaba muy poco el destino que habían de tener sus armas.

También a Martín Bledia le había alcanzado la fiebre guerrera. Su obsesión era, ahora, lo que él llamaba “espionaje traidor”. A lo largo de aquellos días había martilleado a Simón sobre sus temores de que parte del gran volumen de mensajes de alto nivel que pasaban por la red ISP fuese boicoteado o espiado por los que él de denominaba “terrestres vendidos al invasor”. Naturalmente, ni él mismo podía explicar cómo algún hombre de este planeta pudiera conocer a uno de los invasores pero, en su excitación, apenas reparaba en ello. Martín seguiría convencido de que la invasión requería bases extraterrestres ya establecidas en la Tierra, por muchos argumentos en contra que le diera su compañero.

- Ten cuidado, Simón – le decía- Comprueba todas…todas las cartas.

Incluso, había dejado de leer los periódicos en la oficina, lo que en Martín era más que un milagro. Sólo vivía ya para buscar falsificaciones o explosivos en las cartas que revisaba.

Simón seguía trabajando a su ritmo. No le habían causado gran impacto las alarmantes circunstancias. En realidad, no creía ni media palabra de todo aquel tinglado. En sólo aquella semana ya había visto pasar por sus manos los más alarmantes informes de todo tipo y todos ellos no se habían cumplido. Sin embargo, no atisbaba el por qué alguien pudiera estar interesado en propagar aquellas noticias.

- Pobre Martín- pensaba. ¿Cómo no se dará cuenta de esto no es más que un montaje publicitario? ¿Pero por qué nos estarán tomando el pelo?

A pesar del entusiasmo de Martín hacia su labor, el curso rutinario de aquella oficina no había variado gran cosa. “El amo” seguía sin aparecer por el despacho y Simón empezaba a acostumbrarse a la monotonía que impregnaba todo el edificio. Habían variado los contenidos de las cartas pero los hombres que allí trabajaban, los horarios, las labores…. Todo permanecía inalterado.

El día 18 por la tarde se reunió el Consejo de Ministros español. Al anochecer, una nueva noticia apareció en las primeras páginas de los periódicos: casi todos los directores de las oficinas ISP habían sido cesados entre ellos, por supuesto, Barsán. La versión oficial, que convenció a muchos y en realidad era cierta, fue que en las gravísimas circunstancias que se afrontaban eran precisos hombres de firmeza y lealtad probada, personajes identificados totalmente con el Gobierno y, en fin, que sacasen al ISP del ligero atolladero al que le había conducido la situación. La nota gubernamental afirmaba que se había efectuado un informe sobre la labor de los cesados y, en vista de sus datos, se había creído oportuno el relevo. La prensa alabó la decisión y se felicitó porque los miembros de la Administración fuesen controlados. La realidad, sin embargo, es que el, informe había aparecido sobre la mesa del encargado ministerial son que este hubiera pedido tal investigación.

- Seguro que es cosa de alguno que desea un puesto en el ISP – pensó el ministro- pero quizá haya algo de razón.

Pujol, un antiguo socialista que se encargaba de este Ministerio volvió a releer aquel informe. Al finalizar, le pareció un regalo del cielo. Realmente aquello tenía visos de ser cierto y, en tal caso, la medida de los ceses se imponía.

Pujol había pedido a sus colaboradores que confeccionases listas de posibles sustitutos. Entre todas eligió la de un joven secretario muy recientemente afiliado a su partido. Se sorprendió que hubiera sido el más joven e inexperto el que presentara la lista más completa y acertada. En realidad, Pujol conocía a muy pocos de los propuestos, pues la mayoría eran recién llegados al partido, pero sabía que en poco tiempo se habían granjeado las simpatías de todos por su buen hacer.

- Esto es lo que necesitamos – se dijo a sí mismo- Personas nuevas y competentes-. Además, la idea de que todos pertenecieran a su propio partido le sedujo especialmente.

- No es extraño, viendo lo poco que trabajaba Barsán- dijo Simón cuando se enteró de la noticia.

- Ya era hora de que esto empezase a funcionar – Martín, eufórico, veía con agrado que empezaban a jugar un papel importante en la contienda alienígena que se avecinaba- ¿ves? , lo que te decía. Esto es importante, muchacho. Muy importante.

Los cambios se hicieron notar rápidamente. Ahora, Simón y Martín habían de pasar todo el correo revisado por ellos al despacho del nuevo director que, además, solía presentarse de improviso en la oficina.

- ¿Qué te parece González? – preguntó Simón
- ¿Quién? – respondía Martín
- González, el nuevo director.
- ¡Un tirano!.... no, no…. Es broma. Es lo que necesitamos. Debemos prepararnos – calló un momento como si recordase algo- …y pensar que yo antes no hacías más que leer los periódicos. Aquello estaba mal, muy mal….

Aún estaban hablando cuando entró el nuevo director. Era un hombre tan enigmático como eficaz. Muy alto, lucía una irregular barba que se espesaba en el labio superior para formar un llamativo bigote. Una pipa humeante era su compañera inseparable. Sus ojos castaños se movían con rapidez de un lado para otro, siempre atentos a cualquier pequeño defecto, lo cual resultaba agobiantes para los que rodeaban. Era un hombre muy nervioso. A simple vista no se apreciaba pero, si uno se fijaba en su nariz, notaba que su lóbulo izquierdo subía y bajaba alternativamente, como si se tratara de un ligero temblor. Simón se dio cuenta de ello por casualidad y pensó que quizá fuera aquello lo que le causaba rubor cuando hablaba con Martín.

- Señor Bledia – dijo González - ¿ha terminado ya con las cartas dirigidas a la embajada alemana?
- Por supuesto – repuso, un poco intranquilo, Martín. Su fama de insaciable lector durante las horas de trabajo no le hacían muy competente a los ojos del nuevo gerente. Sin embargo, al verlo algo sonrojado, Martín vio ante sí un hombre tímido lo que le tranquilizó.
- Gracias – contestó González al recoger los sobres- Se volvió rápidamente y salió.





Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.



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